Al principio no lo notaron. Uno de los proyectiles entró por la parte delantera del pecho, apenas por debajo de la tetilla derecha, y le empezó a cortar la respiración. Pero no lo advirtieron. Pensaron que habían sido unos chispazos de la fogata que alumbraba esa madrugada en que seis amigos despedían en una chacra de Tacuarembó a algunos de los suyos que se mudaban a estudiar a Montevideo.
Unos instantes antes —900 milisegundos para ser precisos a juzgar por la velocidad promedio del disparo— unos proyectiles salieron disparados desde un rifle de aire comprimido del anfitrión, de esos que se venden sin demasiados controles para la caza deportiva de aves o el tiro al blanco. Viajaron 25 metros y lastimaron a Facundo.
Uno de los tiros le pegó en el antebrazo izquierdo. El otro, el que entró por el tórax, le comprimió la respiración, derivó en un paro cardíaco, le dejó de bombear la sangre al cerebro, le generó un daño irreversible y (35 días después) le causó la muerte en la cama de un CTI.
Fue una noche de febrero, hace tres años. Y ahora —tras el juicio oral en que el “agresor” fue condenado a siete años de prisión— el Departamento de Medicina Legal y Ciencias Forenses de la Universidad de la República lanzó una alerta: las “armas menos letales”, en especial las de aire comprimido, también matan.
Cuando los forenses abrieron el cadáver recuperaron un proyectil de plomo de 5,5 mm de diámetro y 0,84 gramos de peso adherido al ventrículo izquierdo. Tenía forma de diábolo. Y por más que en el caso hubo varios aditivos que pudieron complicar todavía más el cuadro del paciente (como la demora en la atención, la lejanía la centro asistencial, la tardanza en las maniobras cardíacas...), el solo daño de ese disparo es prueba suficiente para exigirles a las autoridades públicas que intervengan “en el mercado, regulando la venta, el porte y el uso de este tipo de armamento”.
Porque las palabras a veces engañan. Las armas “menos letales”, y que antes se llamaban “no letales”, son vistas como inofensivas. Al agresor le habían regalado ese rifle de aire comprimido (nitro pistón) marca Crosman Shockwave, modelo CS2SXS, con mira telescópica cuando era un adolescente, porque sus padres pensaron que le serviría para el uso recreativo.
“Aunque a nivel mundial se alerta sobre esta situación, en Uruguay y otros países (las armas ‘menos letales’) son tratadas como deportivas o recreativas y su comercialización es totalmente libre. Esas denominaciones refuerzan la idea de que son menos peligrosas que las armas de fuego convencionales, lo que genera una percepción errónea de seguridad en su uso, aunque son capaces de causar heridas mortales, sea de etiología accidental, suicida o, menos frecuentemente, homicida”, reza un documento científico que la cátedra de Ciencias Forenses publicó a fin de enero en la Revista Médica del Uruguay.
A diferencia del arma convencional que se activa por combustión de la pólvora, en las de aire comprimido el proyectil es impulsado por la expansión de gases previamente presurizados. En Uruguay ya se habían documentado muertes por armas “menos letales” y daños severos (incluso en uso carcelario), pero no había una comunicación concreta por las de aire comprimido.
En este caso el resultado de la autopsia determinó que “la causa final de muerte fue el shock refractario con falla multiorgánica, secundario a la herida penetrante de tórax por un proyectil de un arma de aire comprimido; la etiología médico-legal fue muerte violenta y heteroinferida”.
El juicio —como suele suceder en las discusiones jurídicas— se centró en la culpabilidad y la intencionalidad. Que si el agresor estaba arrepentido o eran los síntomas de una depresión diagnosticada años antes. Que si las demoras en la atención. Que si pensaron que era un chispazo de la fogata o un ataque de asma. Que si las bebidas alcohólicas jugaron una mala pasada en esa acampada de febrero. Que si usó la mira telescópica que hace que los 25 metros de distancia se vieran como si estuviera a solo seis.
Para los doctores María Noel Rodríguez, Natalia Bazán, Agustina Ruibal y Hugo Rodríguez hay algo todavía más básico: “los proyectiles disparados por armas de aire comprimido penetren en el cuerpo y comprometan órganos vitales”. No son armas inofensivas. También matan.