Los estudiantes uruguayos tienen, en promedio, 12 semanas de vacaciones de verano. Es el doble de receso estival que sus pares de Reino Unido, Suiza o Alemania. Y un reciente estudio de la Facultad de Psicología de Uruguay evidencia que, durante ese “largo” paréntesis lectivo, los alumnos descienden sus habilidades matemáticas. Y entre los hijos de madres con menos nivel educativo —léase en esos hogares con menos estímulos para el aprendizaje— el “reseteo del verano” es todavía mucho mayor.
Los estadounidenses inventan un término para cada cosa. A la práctica de consumir de manera excesiva las noticias negativas que circulan en línea le dicen “doomscrolling”. Al supuesto deterioro mental por el abuso de contenidos digitales triviales le llaman “brain rot”. Cuando alguien desaparece sin dar demasiadas explicaciones lo tildan de “ghosting ”. Y a la pérdida de aprendizajes durante el verano —un fenómeno mundial que se agrava en aquellos países con recesos más prolongados— le inventaron el término “summer loss” (pérdida de verano).
Los maestros y profesores lo saben desde siempre: casi el primer mes de clase de cada año supone una recuperación de lo “perdido” durante el verano. Cuando los niños y niñas vuelven al aula “sus tasas de aprendizajes (en matemáticas) son inferiores a las vistas durante el período escolar para todas las tareas que se evalúan”, afirma la tesis del psicólogo Pablo Araújo. Pero lo más interesante es que en las tareas simbólicas (esas que combinan números, letras y signos como la suma o la resta), los hijos de madres menos educadas tienen un descenso mucho más marcado que los hijos de madres con algo más de educación. Aunque todos los niños estén matriculados en la misma escuela, vivan en el mismo barrio y tengan la misma edad.
Dicho de otro modo: durante el año escolar (mientras hay clases) los hijos de madres menos educadas tienen un desempeño inferior a los hijos de madres más educadas, pero esa brecha no se agranda durante los cursos. Pareciera que el aula, mientras está activa, hace avanzar a los alumnos a un ritmo similar. Pero en el corte del verano, los niños de hogares con menos estímulos educativos (por eso se toma el nivel educativo de la madre) quedan bastante más rezagados.
Tras la pandemia, en que hablar de salud mental dejó de ser tabú, un estudio en Reino Unido demostró que las vacaciones escolares muy largas también afectan el padecimiento emocional de los estudiantes.
Lee Elliot Major, profesor de movilidad social en la Universidad de Exeter y uno de los autores del informe, había dicho al periódico The Guardian que reformar el calendario académico en Inglaterra sería una forma efectiva y de bajo costo de abordar las brechas educativas que han crecido desde la pandemia.
“Distribuir las vacaciones escolares de manera más uniforme a lo largo del año tiene todo el sentido desde el punto de vista educativo: mejora el bienestar de los alumnos y la vida laboral de los docentes sin coste adicional, equilibra los costes de cuidado infantil para los padres y potencialmente mejora los resultados académicos de muchos niños”, afirmó Major.
Y eso que en ese país europeo las vacaciones estivales ya eran de solo seis semanas y se estaba discutiendo de acortarlas a cuatro.
“Uruguay tiene un calendario del siglo pasado”
Cuando Juan Pedro Mir fue director de Primaria del colegio José Pedro Varela intentó —con escaso éxito— que las clases comenzaran unos 20 días antes que la fecha fijada por el calendario oficial. ¿Su objetivo? Está convencido de que “urge repensar el calendario educativo uruguayo, porque es un calendario del siglo XX que no se adecúa a las necesidades actuales de la sociedad. No es que sean necesarios más días de clases, sino una distribución distinta durante el año”.
Mir, maestro de profesión, sabe que la tarea docente es, por momentos, agotadora y requiere de recesos distintos a las de otras ocupaciones. Por eso no propone un recorte de los derechos de esos trabajadores, sino que “el corte del verano sea mucho más corto y luego hacer bloques de cortes durante el año, como hacen en Francia o en varios países nórdicos”.
El colegio Francés en Uruguay, de hecho, hace un mix entre el sistema francés y el local.
“Este tema no está en agenda en Uruguay y eso es un problema. Lo es incluso más ante las alarmantes tasas de ausentismo escolar que se están registrando, y creciendo, en Uruguay. No es solo un tema del olvido de los aprendizajes, sino una manera de redistribuir mejor los cuidados, la socialización y hasta el rol de los docentes”.
Mir propone que a comienzos de febrero ya inicien los cursos. Luego se hacen cortes durante el año. “Incluso puede pensarse en días libres en que abren algunas escuelas para hacer actividades recreativas distintas y a la que pueden asistir niños de otros centros educativos… los nórdicos esa lógica de cuidados y educación la entendieron muy bien”.
De verano educativo a escuelas de verano
Al menos 10.816 escolares participarán desde hoy miércoles en el programa de escuelas de verano. Es una propuesta de Primaria que tiene más de 35 años, pero cuyo nombre fue cambiado a la par de los nuevos enfoques pedagógicos.
“Cada vez más se entiende a la escuela de verano como una extensión del año escolar, en el sentido de que no sea un espacio meramente recreativo”, explica la inspectora Técnica Liliana Pereira. “Es un espacio pensado en no desvincular a los niños más vulnerados en sus aprendizajes y aprovechar un mes para fortalecer lo aprendido durante el año lectivo”.
Pereira reconoce que en Uruguay “todavía no está en agenda ni se ha pensado” un cambio global del calendario como hicieron los países europeos. “A lo sumo se ha intentado que los días de clases superen a los 180 días y que los docentes se incorporen a sus funciones antes para priorizar el trabajo de planificación”.
Pereira no se niega al debate: “Así como se han revisado otros cambios por lo que demanda la propia sociedad, como es la extensión del tiempo pedagógico o desdibujar la división en grado escolares, también puede pensarse en otros asuntos que hacen a la escuela”.