“Algo se quebró”. Algo que la fiscal de Homicidios de Montevideo Mirta Morales no sabe a ciencia cierta, pero que lo ve entre las centenas de hojas de expedientes de su despacho. Hace poco más de una década, cuando la funcionaria daba sus primero pasos en el Ministerio Público, a los sumo se topaba con un asesinato por turno (semana). Pero “algo se quebró en la sociedad” y ahora “no hay día en que no reciba un caso nuevo”.
Los distintos ...ólogos y los políticos se debaten qué es ese algo. O, dicho a modo de pregunta, ¿qué explica un aumento del 40% de homicidios en la capital de Uruguay en solo una década? Los datos que el Ministerio del Interior difundió este viernes dan algunas pistas.
En 2013, por ejemplo, solo un tercio de los homicidios de Montevideo había sido motivado por “ajustes de cuenta” o “conflictos entre criminales”. El 2024 cerró, en cambio, con seis de cada diez asesinatos englobados en esta (polémica) definición.
Una nota de El Observador —en base al estudio del criminólogo Emiliano Rojido— daba cuenta que más de la mitad de los homicidios por “ajustes de cuentas tienen, en realidad, un motivo desconocido. No solo eso: apenas la sexta parte de los homicidios englobados como “ajustes” guardan vínculo con las drogas (no necesariamente con el gran narco).
Es entonces que interviene ese “algo que se quebró” que define la fiscal Morales: se mata por “casi nada”. Muchos de esos llamados “ajustes” son venganzas porque “me miró mal” o “le quería demostrar poder” y la manera de resolverlo es por la violencia letal.
¿Y las “malditas drogas”?
La clasificación de los homicidios no está exenta de discusión. El Ministerio del Interior había prometido en julio un cambio de tipología luego de revisar el estudio del criminólogo Rojido para la medición del año 2024 completo. Pero por diferencias con el Observatorio de Violencia y Criminalidad esa publicación todavía no vio la luz.
Sin embargo, otros datos que maneja el Observatorio ya permiten hacerse una idea: los homicidios por rapiñas eran hace una década más frecuentes que los motivados por drogas o por venganzas. Y a partir del último lustro y medio, hubo un “efecto tijera”: cayeron los derivados por rapiñas y crecieron los otros. Así consta en la última revista del Uruguay desde la Sociología con el aporte del Grupo de Investigación en Juventudes, Violencias y Criminalidad en América Latina.
Un asesinato por drogas no siempre equivale a una serie de Netflix en que capos de una mafia se matan entre ellos. A veces es una pequeña deuda, una confusión, o hasta el síndrome de abstinencia.
La fiscal Morales también lo ve: “El consumo (de drogas) interfiere en la manera de relacionarse, en cómo resolver los problemas de la manera más violenta aunque no sea por un gran cargamento”.
Mucho más si a ese “quiebre social” se le inyecta el principal vector epidemiológico de los homicidios: las armas de fuego
Armados hasta los dientes
Tres cuartas partes de las víctimas asesinadas en Montevideo son ejecutadas a balazos. A muchos balazos. Como dijo Antonio da Silva, director del departamento de Homicidios, “antes se veía uno o dos disparos. Ahora estamos acostumbrados a ver 30 o 40”.
El cirujano Eduardo Nakle lo ve cada día en la mesada del quirófano del Hospital del Cerro. Entran jóvenes —casi siempre son varones de entre 20 y 35 años adictos a la pasta base— con uno, dos y hasta 16 orificios de bala. “Casi la mayoría” habían sido lesionados antes. “Casi la mayoría” fueron baleados en las piernas “porque ese es el código de advertencia” de que la próxima será fatal. “Casi la mayoría” no da detalles de dónde fue herido, a lo que el médico acota en broma que “salían de misa”. Y “casi la mayoría” se recupera al cabo de cuatro días, para luego volver a ese mismo ambiente en que reina el “matar o morir”.
Bajo esta premisa, en Montevideo no solo vienen en aumento los homicidios a seca, sino que también los homicidios concretados con armas de fuego.
Las armas no solo pululan, sino que pasaron a ser para muchos una “extensión de su cuerpo”. Van calzados. La fiscal Morales a veces se pregunta cómo es posible que Fulano haya ejecutado a Mengano porque lo miró mal, y la explicación es que “siempre tienen un arma al alcance”.
Pese a esta evidencia —y la visibilidad de su impacto en el que, a juzgar por las encuestas es percibido como el principal problema del país— en Uruguay no hay una trazabilidad de las armas ilegales que permitan ver de dónde surgen, no hay seguimiento de los baleados o de quienes ingresan con heridas no letales y no radican denuncias, y “el tema de armas de fuego brilló por su ausencia en esta campaña electoral”. El criminólogo Rojido insistió: “Uruguay se está perdiendo una oportunidad clave para la prevención de muertes violentas”.
El propio Rojido encabezó un análisis sobre qué medidas funcionaron para evitar asesinatos en América Latina y cuáles no. Y los programas que limitan el porte de armas de fuego resultados ser de los más destacados en la reducción de homicidios (junto a la restricción en la venta de alcohol y el patrullaje policial en áreas de alta incidencia de homicidios).
Por el contrario, la entrega voluntaria de armas “no funciona” para evitar los homicidios. Al menos eso dice la evidencia aplicada.
A la concentración de armas se le suma la concentración territorial en que ocurren los homicidios. La seccional policial 24, que incluye la zona del Cerro, fue la que registró más asesinatos el último año (46, el doble que hace una década). Pero cuando se mira con más precisión aún, el radio se achica a unas cuadras a la redonda teniendo como epicentro la intersección de las calles Río de Janeiro y Porto Alegre (en Cerro Norte).
Es tan reducida el área que la mayoría de homicidios terminan dándose entre “conocidos”. A veces es un amigo devenido en ex, otras un vecino, una “banda rival”. Y esa es otra característica de ese “algo que se quebró”.
La fiscal Morales concluye: “El aumento de violencia es brutal en un período muy corto”.