Algo pasa a los 54 años. Algo que hace que, en el último balotaje, los votantes uruguayos menores de esa edad se hayan inclinado mayormente por la fórmula del Frente Amplio, mientras los mayores lo hicieron por la coalición de gobierno. Y detrás de ese “algo” hay una mezcla de teoría sociológica, cambios vitales, capacidad de transmisión del voto en cada partido, y hasta la fuerza de tracción de la militancia.
Los resultados del escrutinio primario dibujan una gráfica que ya es bien conocida en la política uruguaya: el Frente Amplio pierde fuerza acorde aumenta la edad de los votantes. Para decirlo más sencillo: los jóvenes son más frenteamplistas que los más veteranos.
Y en este balotaje el punto de cruce de qué bloque consigue la mayoría de los votos válidos se da en los circuitos cuyo promedio de edad es 54 años. Así consta tras el procesamiento de datos preliminares que hizo El Observador junto al politólogo Juan Ignacio Pintos.
No es un cálculo perfecto. En Uruguay el voto sigue siendo secreto desde que se eligió la Asamblea Nacional Constituyente de 1916. Por eso los datos de los escrutinios no permiten saber con exactitud qué votó cada ciudadano. Pero como los circuitos se conforman por votantes que siguen una misma secuencia de serie y número electoral (salvo quienes trasladaron su credencial), el promedio de edad de cada mesa de votación es una buena aproximación a la edad de los votantes de ese lugar.
También son los más jóvenes los que más votan en blanco y —sobre todo— anulado.
¿Por qué la edad incide en el voto? El escritor uruguayo Mario Benedetti decía que a los jóvenes les “queda no decir amén, no dejar que les maten el amor, recuperar el habla y la utopía, ser jóvenes sin prisa y con memoria”. Y aunque sus versos suenen a un comentario cursi salido en medio de un fogón de cierre de campamento, en realidad se basan en una teoría sociológica clásica: a medida que las personas crecen y se estabilizan, van siendo menos proclives al cambio y más conservadores en sus ideas.
El Frente Amplio (o la izquierda para el caso uruguayo) es quien propone (al menos en lo dialéctico) una agenda más progresista y de ruptura con el status quo. Y eso permea en los votantes más jóvenes. No es batalla cultural ni Gramsci, es la vieja estructura social.
En 2019, el cruce de las líneas entre el FA y la coalición de gobierno se había dado más cerca de los 46 años. En aquel entonces —tras tres años de administraciones frenteamplistas— el cambio estaba dado en buena medida en la alternancia de gobierno. Había quedado lejos aquella ruptura de modelo de las elecciones de 2004, cuando el FA logra el poder por primera vez.
César Aguiar, el fundador de la consultora Equipos, había explicado que la demografía era uno de los principales motores del crecimiento del electorado del Frente Amplio. Su argumento era tan sencillo como potente: elección tras elección iban saliendo del padrón los electores más viejos (votantes de partidos fundacionales) e iban incorporándose jóvenes frentistas.
Eso luego se chocó con dos realidades: la gente vive más (no sale del padrón tan rápido), y el Frente Amplio se convierte en un partido cada vez más tradicional por lo cual también le envejece su voto.
Pero la encuesta de El Observador, la UMAD y el docente en Estadística Juan Pablo Ferreira había revelado que, incluso en 2024, el Frente Amplio sigue siendo el partido que mejor transmite el voto de generación en generación (de padres a hijos). A tal punto que cerca de ocho de cada diez nacidos en hogares frentistas acaban votando al FA.
“¡Es la economía, estúpido!”
Cuentan que George Bush (padre) era imbatible. Su “victoria” en la Guerra del Golfo Pérsico lo encaminaba para su reelección, en 1992. Pero en el comando político de su opositor, Bill Clinton, el jefe de campaña colgó tres carteles, con tres axiomas. Uno de ellos fue la clave para que el demócrata desafiara la lógica y derrotara al imbatible: “The economy, stupid” (La economía, estúpido).
El bolsillo, como se dice en criollo, tiene su peso a la hora de ir a votar. Los investigadores Ignacio Munyo y Ana Vignolo recopilaron los datos de la evolución del PIB durante los gobiernos posteriores a 1922 (que es cuando se universaliza el voto) y los cruzaron con los resultados electorales que obtuvo el oficialismo que terminaba su mandato. Y concluyeron que “la variación del PIB durante la gestión es estadísticamente significativa para explicar la votación del partido que está en el gobierno”.
Los autores aún no estimaron la incidencia de la economía para este 2024. Uno de los problemas es saber qué se considera oficialismo (si todos los partidos que conforman la coalición o solo el Partido Nacional). Pero lo cierto es que el PIB tuvo un crecimiento cercano a 1% en el quinquenio y una expectativa de 3% en año electoral. Por lo cual, podrían pesar otras variables económicas como el ritmo con que cada grupo poblacional recuperó el salario.
Y es entonces que viene uno de los clivajes más notorios de esta elección: la desigualdad social. Es tan fuerte que incluso supera la edad. A modo de ejemplo: si se toman los diez barrios de Montevideo con mayores porcentajes de población con necesidades básicas insatisfechas, el FA ganó sin importar la edad. Si se toman los diez con menos población con necesidades básicas insatisfechas, en cambio, la coalición vence a partir de jóvenes de tan solo 32 años.
El sociólogo Eduardo Bottinelli había explicado que el FA venía recuperando votos en los sectores más vulnerables. Y a eso se le suma una retórica bien conocida en la politología: la izquierda tiende a hablar más de la justicia social y la derecha de la libertad. Quienes están más abajo en la estructura social, dice la teoría, tienden a querer achatar esa distancia que los separa de los más pudientes. Y en las zonas más pudientes, en cambio, se tiende a preferir el status quo que los favorece.
En esta campaña electoral esta retórica incluso fue explotada a propósito desde lo comunicacional. En una encuesta que el comando de Orsi compró a la consultora Equipos, se revela que el 64% considera que la clase alta fue beneficiada en este gobierno multicolor. No así entre los sectores medios y más pobres. Y el 71% percibió un incremento de la pobreza.
En las zonas más vulnerables de Montevideo, a la vez, fue donde el MPP se convirtió casi hegemónico a fuerza de una tracción de militancia y captación de jóvenes (lo que coincide con el voto por edad).
Montevideo versus interior
El territorio, como pasa en casi todas los comportamientos sociales en Uruguay, es determinante. Y en términos electorales existe una evidente fuerza del Frente Amplio en Montevideo. Gerardo Caetano lo había definido como el nuevo batllismo, en el sentido de ser un partido urbano.
Cuando se cruza el voto y la edad de los votantes en Montevideo, en promedio el FA gana hasta cerca de los 70 años. En el interior, en cambio, las líneas se cruzan a los 48.
“El Frente Amplio se convirtió en el partido mayoritario del sistema y, en cierta medida, vino a sustituir el rol que otrora ocupó el Partido Colorado”, explicó el doctor en Ciencia Política Fabricio Carneiro, uno de los coordinadores de la UMAD. Según algunos autores, esa especie de “reemplazo” de frentistas por colorados se ve en lo ideológico (quién es el heredero del batllismo), o bien en el comportamiento del votante.