“Uruguay podría llegar a una huelga de vientres: para muchas mujeres el costo que implica la maternidad es inadmisible, como también lo sería para los hombres”. Cuando el representante del Fondo de Población de Naciones Unidas en Uruguay, Fernando Filgueira, dijo esta frase, hace cuatro años, en el país había un promedio de 1,4 hijos por mujer en edad de ser madre. Desde entonces la cifra no ha hecho más que caer —a un ritmo que los demógrafos le llamaron “la gran caída”— hasta alcanzar el mote de “ultra baja fecundidad”.
Unos anticonceptivos tan pequeños como un alfiler que se esconde bajo la piel del antebrazo y otros mecanismos de prevención del embarazo no intencional en las adolescentes explican casi la mitad de esta “gran caída”. Pero, ¿qué hay del resto? ¿Por qué cada vez más mujeres (no tan jóvenes y fértiles) deciden no tener hijos?
Los estudios muestran que ser madre cuesta caro. Las mujeres dedican casi 14 horas semanales más al trabajo no remunerado que sus pares varones. En la tareas pagas y de características similares, ellas ganan 25% menos que los hombres y a este ritmo recién equiparan los salarios en el último cuarto del siglo. Y cuando se conectan ambas desigualdades se concluye que, diez años después de tener el primer hijo, las madres uruguayas experimentan una reducción del 42% de su salario mensual en comparación con mujeres con características similares que no tuvieron hijos.
La realidad es conocida hace años y fue el puntapié para que Uruguay haya liderado hace una década el armado de un sistema de cuidados. Las autoridades —de ahora y de antes— hablaron con palabras edulcoradas sobre “corresponsabilidad”, sobre salas de lactancia, sobre licencias, sobre transferencias y... esa misma realidad casi no cambió.
Cuando el niño o la niña se enferman, o cuando no hay clases, en el 93% de los casos quedan al cuidado de sus madres. Pasaba en 2018 y pasa ahora, según la Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud. Y en este período los beneficios laborales vinculados al cuidado casi no han cambiado. Ser mamá es caro.
“Los cambios en Uruguay son lentos”, reconoce la economista Soledad Salvador, del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo. Tan lentos que recién esta semana, después de diez años de haberse creado el sistema nacional integrado de cuidados, se firmó un acuerdo para “promover enfoque de corresponsabilidad en el mundo del trabajo”.
Tan lentos que, salvo el empuje en las rondas salariales de 2016 y 2018, las cláusulas en las negociaciones colectivas que incorporan disposiciones sobre los cuidados representan menos del 13% de las cláusulas en general que reúne cada ronda.
El Observador accedió a un reciente relevamiento del Instituto Cuesta Duarte que da cuenta de la incorporación (o no) de cláusulas vinculadas a cuidados en las negociaciones colectivas desde el año 2005. Del estilo: “Cuidado de hijos: Las empresas otorgarán hasta 5 días pagos al año para todo trabajador que tenga a su cargo hijos de hasta 15 años de edad que estén en situación de Internación hospitalaria o domiciliaria, fehacientemente acreditada”.
Desde entonces hubo 10 rondas salariales que, dejando de lado las cuestiones de laudos y licencias sindicales, reunieron unas 3.530 cláusulas sobre las condiciones de trabajo, el empleo y las relaciones entre trabajadores y empleadores. Solo 404 de ellas están referidas a cuidados. Solo 325 de ellas están vigentes en la actualidad. Y solo 303 de ellas no estás repetidas y a la vez generan efectos concretos.
Tres cuartas partes de esas cláusulas (vinculadas a cuidados, vigentes, no repetidas y con efectos concretos) son de asignación de tiempo. Menos del 20% implican algún tipo de transferencia económica o material. Y el restante 8% refiere a la previsión de un servicio (como sala de lactancia o para la extracción de leche) o cambio de tarea en el período de amamantamiento.
La mayoría de estas cláusulas, dijo la economista Salvador, están vinculadas al nacimiento o la primera infancia, y a veces refuerzan el estereotipo de género. Refiere a cuando el beneficio es solo para mujeres o cuando los propios beneficios hacen que ellas tengan menos probabilidad de ser contratadas.
En Islandia, en cambio, la licencia parental temporal sin sueldo de hasta 16 semanas corresponde a cada progenitor, hasta que el hijo tiene ocho años. Eso permite ir tomándose días libres para el cuidado o actividades de aprendizaje entre padres y niños.
En Suecia los padres pueden transferir hasta 45 días de su permiso parental a familiares o amigos que estén asegurados para recibir el subsidio parental. Hay prestaciones cuando se debe cuidar a un familiar enfermo (no solo hospitalizado). Y los padres pueden pasar parte del salario a los abuelos para tareas de cuidados.
Hace medio siglo que Japón tiene una baja fecundidad. Allí se creó un ministerio específico para incentivar la natalidad, las licencias parentales se equipararon a las maternales, y se pasó de invertir 0,36% del PIB a más de 1,3% en políticas familiares. Tras todo ello se llegó a la conclusión de que “la baja fecundidad es resistente a las políticas” y que el impacto de las políticas es tan pequeño que “no hay final a la vista”.
Por eso un estudio del Programa de Población de la Udelar concluye: “La evidencia sugiere la necesidad de objetivos de mejora de las condiciones de crianza, más que cualquier otra cosa. No solo porque sostener políticas así podría generar un ambiente amigable con la concreción futura de intenciones reproductivas hoy frustradas, sino porque es necesario para mejorar el bienestar de los niños ya nacidos (crucial en un país donde la proporción de pobreza infantil duplica a la total) y de los adultos que ejercen de padres y madres”.