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31 de marzo 2022 - 14:47hs

No recuerdo cuándo fue la primera vez que leí sobre ella, o que escuché mencionar que escribía con una fuerza impresionante y que había que ir corriendo a leerla. Supongo que alguien me la recomendó, que leí sobre su trabajo en algunas líneas escritas por las firmas que suelo seguir, supongo que el eco del fenómeno de Las malas me acercó a su onda expansiva y ya no hubo nada que hacer. Sea como sea, la argentina Camila Sosa Villada se apareció y quedó. Así como se quedó también con el liderazgo –compartido, claro– de la literatura latinoamericana de los últimos años.

Esta edición de Epígrafe estará dedicada a ella y a las tres obras que hasta el momento componen su escueta pero brutal bibliografía: Las malas, La novia de Sandro  y  Soy una tonta por quererte, un libro de relatos editado hace muy pocos meses. Casi como una muestra de la polifonía de voces, de registros y de intenciones que habitan en la escritura de Sosa Villada, cada uno de estos textos tiene una personalidad propia y un tono identificable. Cada uno, a su manera, funciona como eslabón de la cadena creativa de una escritora todoterreno que encanta a la crítica especializada, que hechiza a las masas, que se convirtió en un  best-seller regional, que está siendo traducida a múltiples idiomas y que, al parecer, no tiene fronteras ni techo. 

Camila Superstar

Para hablar de Camila Sosa Villada y de su escritura es inevitable hablar de su género. Ella se define como travesti. Ni transexual, ni transgénero, ni trans a secas: travesti. ¿Debería importarnos a nosotros, los lectores, desde dónde se autopercibe para entender su obra? En este caso sí. Y de hecho es esencial: en cada línea, en cada historia, Sosa Villada enarbola su bandera e impulsa su ficción a partir de allí. Su mundo es el mundo de las travestis que la vieron nacer en las zonas más oscuras del parque Sarmiento, en su Córdoba natal. Sus palabras son las de aquellas que no pudieron decirlas, las historias que el mundo silenció durante décadas, el prejuicio histórico que ella despedaza con la fuerza de su palabra. Su obra está cruzada por la experiencia del deseo reprimido, de una sociedad que la corrió sistemáticamente para el costado o para el fondo, que invisibilizó esa existencia. Y en ese sentido, el poder autopercibirse con esa palabra,  travesti, para ella es un acto crucial y político. Así se lo definió en una entrevista con El Confidencial de España hace pocos días:

«Durante mucho tiempo "travesti" fue una palabra cubierta de crímenes, insultos, semen, sangre, silencio, soledad, hambre, intemperie. Es una palabra que está sucia. Y el decir “mujeres trans”, “mujeres transgénero” higieniza una existencia que nunca estuvo higienizada. Entonces yo digo: dejen de lavar algo que existió tal y como es. A mí eso de la corrección política en el lenguaje me parece que está bien, sobre todo cuando somos siempre las mismas personas las que estamos siendo burladas, pero una vez que una se apropia de eso se siente mucho más poderosa. Sí, yo era prostituta, yo estaba cubierta de mierda, comía mierda, tenía hambre, pero ya no soy más de esa manera así que para qué me voy a lavar una mugre que ya tuve.»

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Como en sus libros y en cada entrevista que concede, lo deja claro: su vida fue difícil. Nació hace cuarenta años en un pueblo perdido de Córdoba, del que se fue mirando la espalda de un padre que se sintió traicionado por el pasaje de su hijo Cristian Omar a Camila, y llegó a la capital de la provincia a estudiar comunicación y teatro. Mientras buscaba abrirse paso en la escena cordobesa, el hambre pegó más y tuvo que prostituirse. Allí conoció un universo que le dolió, pero que le legó una bolsa de experiencias que luego volcaría en las páginas. Primero lo hizo en un blog, desde un cyber, un espacio que tituló La novia de Sandro –textos que luego se replicaron en el libro homónimo–.

El resentimiento y los golpes, entonces, están presentes a lo largo de sus textos. Su voz no tiembla a la hora de denunciar el salvajismo colectivo, la desolación que provoca la pobreza, la humillación del maltrato y la amenaza de una expectativa de vida que, para su colectivo, apenas alcanza los 36 años. Pero Sosa Villada no es una mensajera de la oscuridad, porque ella no se quiere morir: quiere vivir y divertirse. Amar todo lo posible. Pasar bien. Y en sus escritos es inevitable que suceda: ella se divierte, escribir le divierte, y eso se contagia. En la pared descascarada de un motel en el que tiene que hacer cosas que no quiere, la ternura abre fisuras que permiten ver la luz. Y en esa luz está la escritura.

«Escribir de madrugada, cuando volvía de mi ronda prostibularia, escuchando siempre en la radio a La Negra Vernaci como apoyo y compañía en mi solitaria pieza de pensión. Un café, un porro. La visita clandestina de un amante. Los apuntes de la universidad sobre la mesa, que trataba de leer, de entender, pero me era imposible, como me era imposible asistir a todas las clases si quería tener plata suficiente para comer todos los días. La derrota cotidiana del optimismo y los propósitos, una batalla que siempre se perdía, y la obligación de regresar cada tanto a la casa de mis padres.»

Las malas, Camila Sosa Villada

En 2019, la vida de Sosa Villada cambió de forma radical. Con el impulso del editor y escritor Juan Forn publicó  Las malas una novela autoficcional en la que cuenta la historia de un grupo de travestis que ejercen la prostitución en el parque Sarmiento, entre las que ella se encuentra, y se convirtió en un best seller automático. El boca a boca fue salvaje y las ediciones se sucedieron. Tanta demanda hubo por Las malas que se generó una pequeña polémica con la proliferación del PDF del libro, que circulaba libremente de forma digital. La novela arrasó y consolidó a Sosa Villada como una realidad: un asteroide literario, con una voz personalísima, que había aterrizado con la potencia de cinco bombas atómicas.



Las malasque en 2020 ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz en la feria de Guadalajara –uno de los más importantes en Latinoamérica y que en 2021 ganó la uruguaya Fernanda Trías por Mugre Rosa–, cruza el dolor y el entusiasmo de una protagonista, Camila, que se abre paso en un universo dominado por el personaje de la Tía Encarna, una matrona de ciento y pico de años llena de esoterismo, dureza e instinto maternal. Al margen de la propia historia de Sosa Villada, o de sus compañeras de pensión y trabajo, es esta travesti centenaria la que protagoniza buena parte de los pasajes más hermosos de la novela. Porque a pesar de la crudeza, la belleza de este libro es expansiva.

«El Hombre Sin Cabeza también tenía talento para la guitarra. Y demoraba nuestra partida al Parque cuando se ponía a tocar canciones tristes que nos hacían llorar lágrimas de mujer y preguntarnos por qué era tan larga la noche. A veces La Tía Encarna se sumaba y cantaba con hondura sus melodías aciagas. El mundo se detenía entonces. Pájaros muy oscuros se posaban sobre los muros y los balcones y todas nos quedábamos quietas, sin atrevernos a hacer ruido con nuestra respiración, sin siquiera parpadear por temor a cortar el hechizo. Ver a esos dos seres hacer música juntos era como verlos hacer el amor, de una manera tan diáfana que no necesitaba intimidad.»

Las malas, Camila Sosa Villada

La argentina se ha referido varias veces también a su impulso por escribir desde ese universo que Las malas edifica tan bien hacia el resto, y no a la inversa. En una entrevista con Infobae, lo contó así: “Es un universo que me interesa explotar, y detonar también. Es decir, el universo de las travesti y cómo se vinculan con el mundo, creo que hay mucho material para escribir, decir e inventar, pero sobre todo desde las travestis hacia el mundo, y no al revés. Después, la presencia del paisaje también. Fui muy lastimada en ese monte en el que me crie; lastimada para bien, con gratitud, esa herida que te hace un paisaje que es brutal, peligroso y que te recuerda todo el tiempo que todo es naturaleza, y que alrededor tuyo la naturaleza no es piadosa. Me interesa ver a las travestis en un paisaje como ese.”



Esto último se vincula, además, con su última publicación: Soy una tonta por quererte. En estos cuentos que desde hace algunas semanas se pueden encontrar en librerías uruguayas, la autora expande sus fronteras, juega con la temporalidad, con figuras históricas como Billie Holiday, y le vuelve a hincar el diente a su vida y sus peripecias, sí, pero también se permite explorar la mitología y la espiritualidad del colectivo con más fuerza, algo que  Las malas toca pero que funciona como una pieza más del rompecabezas travesti. En Soy una tonta por quererte estalla y da la base para varios de los relatos, algunos en donde el culto a la Difunta Correa es protagonista, otras donde las transformaciones en animales son usuales. Incluso se permite generar una suerte de distopía en Seis tetas, el último y más extenso texto del libro.

«Anduve como loca buscando tu olor por la casa.
Bajo la mesa, en los cajones, entre las cortinas,
tras la puerta, en el perchero donde cuelgan
inútiles los abrigos.
En la cartera donde había guardado tu suéter,
hundí mi rostro en el cuenco de las manos
como cuando siento vergüenza. 
Toda mi casa huele al perfume exquisito y humilde
que pudiste comprar
con tu sueldo de profesor en un país como este.
Por las dudas, cerré todas las ventanas y respiro despacio. 
Afuera los pájaros piensan que morí de amor.»

La novia de Sandro, Camila Sosa Villada

Con tres libros publicados que se pueden conseguir en casi cualquier lado, su nombre baila entre las cortinas del panorama internacional literario, que ve cómo se crece su figura día a día y se gesta, en vivo y en directo, una estrella incandescente por derecho propio. Desde la New Yorker a El Mundo, los medios replican su voz, sus textos, la persiguen en un camino que parece ascendente y que, después de un montón de dolor, tiene como meta el triunfo. Ella se ríe de esa atención continua, remarca que lo que más le gusta de este momento es tener plata, grita que no tiene que rendir cuentas, que no le quiere gustar ni caer bien a nadie más que a sus amantes, que solo le importa pasarla bien y que hizo de su vida lo que pretendió. Camila sabe, además, en el fondo también le importa mucho su escritura, que es afilada, que corta, hace sangrar y que sabe cómo usarla. 

“Yo no sé que es la furia y la fiesta travesti –le decía hace poco a Julio Leiva en el ciclo de entrevistas Caja Negra, de Filo News–, sí sé que lo divertido es poner en peligro todo lo que hay alrededor. Hacer tambalear un poco, poner patas para arriba todo lo que se piensa que está bien. Me parece que las únicas que podemos hacerlo somos nosotras. Nosotras, las travestis inadaptadas, las fracasadas. Podemos hacer que las personas se incomoden con nuestras piernas, con nuestras tetas, ¿sabés?  Algo que se pone en peligro es algo muy divertido".

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