Cualquier sea el resultado del domingo 24, hay algo que cambiará –y que viene cambiando– en la política uruguaya, desde mi punto de vista para bien. Los partidos han tenido que aprender a construir coaliciones para ganar, sí, pero sobre todo para gobernar. El Frente Amplio venía con ventaja, porque nació como tal, aunque luego durante muchos años transitó los dolores de crecimiento lógicos de cualquier entidad nueva, incluyendo la adolescencia revoltosa en la que ni una sola mente se pone de acuerdo. Estos dolores de crecimiento hicieron al FA lo que es y cómo se concibe: una coalición de partidos en algunos casos con ideas bien diferentes, que encontró la forma de llegar a acuerdos para llegar a su fin último: gobernar e intentar establecer su idea de Uruguay.
Algo diferente sucedió en la última parte del siglo XX con los entonces llamados partidos tradicionales. Acostumbrados a ser los fundacionales, blancos y colorados hicieron sus caminos muy independientes y, de hecho, sumamente competitivos. Pero cambia, todo cambia, y ahora blancos, colorados, cabildantes, independentistas y ainda mais, tienen que encontrar no solo una forma de trabajar juntos efectivamente, algo que en buena parte consiguieron durante el período de Luis Lacalle Pou, sino una forma de mostrarse lo más sinceros y menos incómodos posibles a la hora de presentarse ante el votante en esta segunda vuelta.
Las segundas vueltas, dicen los analistas políticos, son momentos en los que los votantes eligen candidatos, más precisamente liderazgos. Tanto Yamandú Orsi como Alvaro Delgado han lidiado con sus propias personalidades y las de sus antecesores en esto de cimentar liderazgos. Estamos en un país en el que hay candidatos con buenos apoyos de sus colectividades políticas, propias y aliadas, que han sabido moverse con relativa delicadeza para evitar problemas internos que generen fracturas y problemas externos que les hicieran ruido a los muchos uruguayos que ya no tienen una fidelidad partidaria grabada a fuego.
Ahora, el Partido Nacional y Delgado a la cabeza deben volver a remar para conseguir que la coalición que construyeron por énfasis de los blancos y por necesidad de todos, convenza lo suficiente a través de acciones y promesas cumplibles, como para poder ganarle el balotaje al Frente Amplio. Lo que suceda el 24 no tendrá tanto que ver sólo con divisas partidarias y sí, mucho, con poder de liderazgo, sensación de unidad, fortaleza y propuestas claras.
Más allá de lo que diga el Compromiso País, el acuerdo que firmaron los partidos de la ahora coalición republicana, un nombre bastante más digno que la multicolor que se le había pegado un poco en broma y otro tanto en serio pero que bancó cinco años, lo importante es que esta semana hubo un Compromiso País. Esto es importante incluso si gana Orsi, porque permite seguir pensando en otra forma de hacer política, una dinámica basada más en los acuerdos que en los disensos, ojalá que en la discusión fundamentada, en la búsqueda de propósitos comunes y no tanto de caprichos individuales o vedetismos de turno.
Pero ojo que las coaliciones también implosionan. Lo que demostró la que logró construir con buen trazo Lacalle Pou, es que si los partidos que no integran el Frente Amplio quieren gobernar y tener poder de decisión, deben encontrar una forma efectiva de colaborar en votos, en algunos casos en ideas, en muchos casos en buenas caras –attenti Manini Ríos– aunque por dentro haya reflujo.
La coalición multicolor/republicana aprendió a los golpes durante un período de gobierno que tuvo sus particularidades dictadas por una pandemia internacional. Aún así, y con algunos disensos y discusiones importantes, sobrevivió porque era necesario para todos que lo hiciera. Ahora debe aprender a acordar sobre la base de la conveniencia partidaria, es inevitable, pero también de la conveniencia del país. Y este aprendizaje deberá hacerlo gane o no gane Delgado, porque la estructura “coalicionista” que parece identificar a la política uruguaya de los últimos años, se quedará al menos por un buen tiempo. No hay partido que pueda, por ahora, pelearle de a uno al FA.
Por todo lo anterior, no debería preocupar que un exultante Andrés Ojeda haya hecho declaraciones de “ahora sí nos van a tener que escuchar”, o que un infrecuente algo malhumorado Pablo Mieres lo haya criticado por el comentario innecesario. Ni debería asombrar que Delgado intente mostrarse coalicionista incluso por fuera de su ámbito “natural”, como cuando consideró que la diputada y ahora electa senadora Cristina Lustemberg, podría ser una socia efectiva a la hora de gestionar un programa de primera infancia en su eventual gobierno.
Es lógico que la diputada se moleste, porque en plena campaña no tiene ningún interés de que se la asocie con su rival, pero es lógico que Delgado piense en ella, porque es una de las representantes del FA que ha demostrado mayor raciocinio y entereza a la hora de pensar primero en las necesidades y preocupaciones de los uruguayos y luego en el color del próximo gobierno.
La realidad parlamentaria que marcó la primera vuelta también hace que esta escuela de coalición –que debería incluir al FA, porque tiene que seguir aprendiendo hacia su interna– sea vital para el futuro uruguayo. Desde 1999 es la primera vez que no se logra que ningún partido tenga una mayoría absoluta en el Parlamento, aunque el de Orsi domina el Senado. Lo que dijo Delgado al respecto tiene un interés claro en pro de su candidatura, pero no deja de ser cierto: “es una señal que tenemos que entenderla, y es una oportunidad. El buscar acuerdos no es una señal de debilidad, es una señal de grandeza, de grandeza del Uruguay. Nosotros, los que estamos acá, no vamos a buscar acuerdos con la coalición; vamos a buscar acuerdos desde la coalición, a buscar a los otros, a los que piensan diferente".
Es lindo de hablar de coaliciones y acuerdos bien aceitados que buscan el bien común, pero claro que en estos días todo dista de ser color de rosas y somos testigos de pequeños papelones de uno y otro lado, como cuando una ex candidata de la coalición republicana que juntó poco más de 2.700 votos, y un funcionario nacionalista, decidieron votar a Orsi. El FA festejó con bombos y platillos por el pequeño triunfo de ganarse a dos personas que buscan conseguir beneficios mucho más interesantes que los que nunca hubiera recibido en sus propios partidos. Y la coalición cometió la torpeza de echar a uno de un cargo de confianza y criticar a la otra excesivamente.
Delgado hizo un buen juego de palabras cuando dijo en un acto: "Para gestionar los temas de gobierno, esta coalición no va a ser ni egoísta ni sectaria; va a ser una coalición amplia”. El desafío ahora es mantenerla amplia y efectiva, como gobierno o como oposición.