Este año nos cambió, pero no como esperábamos. No fue el año de las máquinas todopoderosas ni de la colonización de Marte, aunque hubo avances que nos dejaron boquiabiertos. Fue el año en que la inteligencia artificial comenzó a escribir poesía más convincente que la nuestra, y en el que las primeras pruebas serias de implantes neuronales abrieron la puerta a una nueva interfaz entre el cerebro y las máquinas. Pero, ¿qué significan estos hitos si nosotros, los humanos, seguimos atrapados en bucles de ansiedad y notificaciones?
El 2024 nos enfrentó a nuestra propia fragilidad frente a lo que construimos. Nos dimos cuenta de que la IA no era solo una herramienta, sino un espejo brutal. Nos sugirió películas, redactó mails, e incluso nos ayudó a encontrar excusas para evitar reuniones, pero en el proceso nos mostró algo incómodo: cuán predecibles somos. Nos hizo ver que nuestras decisiones, esas que creíamos espontáneas, eran patrones tan evidentes como los de una playlist diseñada por un algoritmo.
La tecnología avanzó, pero nosotros un poco retrocedimos. Porque mientras los algoritmos optimizaban el mundo, nosotros nos volvimos más caóticos. Más reactivos. Vivimos corriendo detrás de notificaciones que parecían gritar "urgente", mientras ignorábamos las cosas que realmente importaban. Este año, Slack y Teams alcanzaron niveles de adopción récord, mientras millones de nosotros intentábamos sobrevivir a sus interminables notificaciones. Porque sí, vivimos en un mundo donde el "@tu_nombre" no es un llamado de atención, es una trampa de productividad disfrazada.
Pienso en esos avances: los drones autónomos que ya no necesitan supervisión humana, los vehículos eléctricos que son casi tan inteligentes como sus conductores, los primeros experimentos exitosos con fusión nuclear. Todos logros extraordinarios, pero que palidecen frente a una verdad más incómoda: seguimos sin saber qué hacer con el tiempo que liberan. En lugar de aprovecharlo para crear, descansar o reflexionar, lo llenamos de más ruido.
Lo más revelador de 2024 no fue la tecnología, sino lo que hizo con nosotros. Este fue el año en que finalmente admitimos que no podemos con todo. Que la hiperconexión, la hiperoptimización y la hiperproductividad no son virtudes, son síntomas. Síntomas de un tiempo que nos exige más de lo que podemos dar. Y nos vimos obligados a pedir ayuda de formas inusuales: desde el amigo que desapareció de todos los grupos de WhatsApp hasta el que dejó de responder correos con un "estoy fuera de alcance". Esos gestos, aunque pequeños, son formas de resistencia.
Y ahí está la paradoja: mientras los científicos buscan vida en otros planetas, nosotros luchamos por encontrar momentos de vida en nuestras agendas. Mientras el mundo celebra la inteligencia de las máquinas, nosotros nos enfrentamos a la pérdida de nuestra propia inteligencia emocional. Porque sí, este fue el año en que la tecnología demostró que puede hacernos mejores en todo, excepto en ser humanos.
Quizás lo más provocador que podemos decir sobre 2024 es que nos enfrentó a un dilema existencial. ¿Qué significa ser humano en un mundo diseñado para máquinas? ¿Cómo encontramos sentido en medio de tanto ruido? Este año nos mostró que no necesitamos más avances técnicos, sino un cambio de perspectiva. No se trata de desconectar, porque ya sabemos que eso es una fantasía. Se trata de elegir qué conexiones mantener y cuáles dejar ir.
Hacia el final del año, me encontré escribiendo esta columna con el teléfono apagado. Algo tan simple, pero tan difícil. En ese silencio, me di cuenta de algo: no somos las notificaciones que recibimos, ni las tareas que completamos. Somos los momentos en los que logramos detenernos. Los instantes en los que nos permitimos mirar el cielo y preguntarnos si la vida podría ser un poco menos urgente.
Así que aquí estamos, mirando al 2025 con la misma mezcla de entusiasmo y escepticismo de siempre. Sabemos que vendrán más avances, más desafíos, más notificaciones. Pero quizás este sea el verdadero aprendizaje de 2024: el futuro no nos va a salvar de nosotros mismos. Solo nosotros podemos hacerlo.