A casi tres semanas de la caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria, los analistas internacionales siguen tratando de entender sus efectos en la arquitectura geomilitar construida por el presidente ruso Vladimir Putin en el Mediterráneo y más allá en los últimos años.
Las bases militares rusas en Siria sirvieron como centros de logística clave a las crecientes operaciones de Moscú en África, especialmente en el Sahel.
A través de los mercenarios del Africa Corps, una legión paramilitar heredera del Grupo Wagner, Rusia sostiene a los nuevos gobiernos de Mali, Burkina Faso, y Níger, gobiernos militares que, habiendo nacido durante golpes de estado recientes - Mali en 2020, Burkina Faso en 2022, Níger en 2023 - cortaron relaciones con el Occidente, asestando un duro golpe principalmente contra Francia, la ex-potencia colonial en esa región.
La presencia rusa en Siria
Rusia cuenta con dos bases militares en territorio sirio, una naval (en la ciudad de Tartus) y otra aérea (en Khmeimim, adyacente a la ciudad de Latakia), en las provincias costeras de Tartus y Latakia, respectivamente.
Ambas provincias son bastiones de la población alauita, la secta heterodoxa del islam chiita al que pertenece la familia al-Assad.
La base naval de Tartus es de primera importancia para Rusia, ya que es, al corriente, la única base naval del país en el Mediterráneo.
Los puertos rusos en el Mar Negro están condicionados por el hecho que cualquier salida hacia al Mediterráneo requiere del beneplácito de Turquía, que controla ambos lados del canal del Bósforo y el canal de los Dardanelos, canales que conectan ambos mares.
Según la Convención de Montreux de 1936, que regula el tráfico marítimo por dichos canales, en caso de guerra, y de ser neutral, Turquía se ve obligada a dejar pasar naves militares de terceros únicamente cuando estas vuelven a sus bases en el territorio de su país. Si Turquía es parte del hipotético conflicto o se siente amenazado por él, puede limitar el trafico a su gusto sin violar la Convención.
Por ahora, pareciera ser que la mayor parte del personal militar ruso está siendo evacuado de sus posiciones en Siria, y la embajada rusa en Damasco parece estar vacía.
Poco después de la caída del régimen el 8 de Diciembre, las naves militares rusas con base en Tartus dejaron dicho puerto, poniéndose a distancia no solamente de las fuerzas de Ahmed al-Sharaa, capo del ex-grupo rebelde Hay’at Tahrir al-Sham (HTS) y hoy líder de facto del país, sino también de la aviación israelita, que durante el caos de las primeras semanas de este mes voló las embarcaciones militares sirias amarradas en el puerto de Tartus como parte de su campaña relámpago para destruir la infraestructura y el material bélico del estado sirio.
El sistema de defensa antiaéreo que protegía a las naves rusas en Tartus también se desvaneció, según imágenes satelitales.
Es improbable que la presencia rusa en Siria vuelva a ser lo que era cuando el país estaba gobernado por uno de sus clientes, a quién mantuvo a flote durante trece años de una guerra civil que, de combatirla sólo, hubiera perdido hace más de una década.
Las negociaciones por las bases rusas en Tartus y Latakia entre Moscú y el nuevo gobierno interino de Damasco no parecen ir del todo bien: Rusia suspendió sus exportaciones de trigo a Siria y HTS rechazó un plan de ayuda humanitaria rusa, una táctica que Rusia ha utilizado en varios contextos para obtener concesiones de corte geopolítico, como lo ha hecho en África en los últimos años.
Ojos en Libia
Por eso, desde Moscú buscan profundizar su relación con el mariscal Khalifa Haftar y sus hijos, quienes - al frente del Ejército Nacional Libio (LNA, por sus siglas en inglés), una fuerza paramilitar heredera de los ejércitos del otrora dictador Gadafi - controlan el este y el sur de Libia desde su base en Bengasi luego de un frágil armisticio que en 2020 puso fin a la guerra civil que se dio desde el 2011 en ese país.
(Por su parte, un Gobierno de Acuerdo Nacional, o GNA por sus siglas en inglés, que es sostenido por Turquía y las Naciones Unidas y tiene su base en Trípoli, controla el oeste del país.)
Según los analistas, una presencia rusa en Libia oriental sería la única alternativa para la continuación de las operaciones militares rusas en África.
Desde la caída del al-Assad, al menos mil efectivos rusos fueron transferidos desde Khmeimim al aeropuerto de Bengasi, controlado por Haftar, probablemente en dirección a la cercana base aérea rusa en Al-Khadim.
La flotilla rusa que dejó Tartus podría hacer puerto en la base naval de Tobruk, también controlada por Haftar, puerto al cual un par de naves de guerra rusas ya habían visitado a mediados de este año.
Los escenarios posibles, por ahora, son solo conjeturas.
Una acentuada presencia militar rusa en Libia, sin embargo, podría romper el fino equilibrio obtenido entre las facciones en disputa por el control del país: un Haftar envalentonado por la presencia rusa podría intentar de hacerse nuevamente con el resto de Libia, o de acomodar el tablero interno del país aún más a su favor.
Por eso mismo, el gobierno de Trípoli, a través del Primer Ministro Abdul Hamid Dabaiba, se ha declarado fuertemente en contra de un desembarco ruso en el este.
La intervención turca a favor del GNA y en contra de Haftar es de primerísima relevancia. Recordemos que fueron los turcos quienes orquestaron la caída de al-Assad, humillando a Moscú y precipitando la crisis actual en su arquitectura geomilitar.
Putin, como lo saben los ucranianos, es un ser vengativo.