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7 de enero 2025 - 16:57hs

El hombre que dio voz a Edmundo Canalda falleció el lunes a los 76 años en Marindia. En abril, aquejado por problemas de salud, había dejado el puesto de director de la editorial Fin de Siglo, que ocupó durante 32 años.

Nació en 1948, en una chacra en Bella Italia, pero luego se mudó a la Curva de Maroñas y a la Unión, a los que consideraba sus barrios. Tenía solo 12 años cuando murió su padre, un militar, votante del Partido Nacional. Su madre fue batllista y admiradora de Eva Perón. Fue a la escuela Sanguinetti, al Liceo 8 y al IAVA. Cursó algún año en Facultad de Ingeniería y llegó a ejercer como profesor de matemática.

Muy joven se hizo tupamaro. Fue detenido en 1971, en el marco de las Medidas Prontas de Seguridad vigentes por tener material del MLN-T, pero un juez dispuso su liberación. En los archivos militares figura como uno de los concurrentes a un acto de repudio al Escuadrón de la Muerte, en marzo de 1972. Unos meses después cayó preso. No había participado en hechos de sangre, pero recién fue liberado en 1981. En el penal de Libertad estudió matemáticas.

En 1987, ya recuperada la democracia, fue electo como uno de los integrantes del Comité Central del MLN-T. En aquellos años la nómina no era secreta como hoy y en la prensa se publicaron todos los nombres: Canalda estaba allí junto con muchos de los históricos: Julio Marenales; Eleuterio Fernández Huidobro; Raúl Sendic, José Mujica, Jorge Manera, Jorge Zabalza.

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Para entonces, ya no era profesor de matemáticas, sino periodista. Era uno de los redactores del semanario Mate Amargo, del MLN. Sus notas se destacaban y no tardó ser designado director de la publicación.

Con Canalda al frente, Mate Amargo ganó prestigio y lectores fuera del entonces reducido mundo afín al MLN. Llegó a tirar 60.000 ejemplares por semana. Fue quizás el primer paso que le permitió a los tupamaros comenzar a recuperar terreno ante la opinión pública.

En 1988 el MLN adquirió CX 44 Radio Panamericana y la organización le confió a Canalda su dirección.

Para ese momento, existían divisiones internas dentro del movimiento. En su libro Donde hubo fuego, el politólogo Adolfo Garcé plantea que se daba una lucha interna entre dos bandos; los “proletarios”, aferrados a las viejas banderas y estrategias, liderados por Jorge Zabalza, y los partidarios de ensanchar el movimiento y de buscar formar un “Frente Grande” en alianza con otros sectores democráticos y progresistas. A estos últimos, que lideraba Raúl Sendic, adhería Canalda.

Con esa línea de pensamiento y con una fe en la pluralidad y la democracia que de ahí en más solo crecería, Canalda le imprimió a la programación de radio Panamericana una amplitud que desconcertó y molestó a muchos.

Por poner un ejemplo. En pleno debate mundial sobre la falta de libertad y democracia en los países comunistas gracias a la perestroika iniciada por el presidente Mijail Gorbachov, el 23 de julio de 1989 radio Panamericana emitió una mesa redonda sobre “La izquierda en el Uruguay de hoy”. Canalda ofició de conductor. Los panelistas fueron José De Torre Wilson, integrante del Partido Nacional (Por la Patria), el frenteamplista Rodrigo Arocena (Vertiente Artiguista) y Kimal Amir, un extupamaro que se había hecho batllista, militaba en el PGP de Hugo Batalla y era considerado un traidor y un hereje por la ortodoxia tupamara.

Así, la dirección del MLN no tardó en despedir a Canalda de la dirección de la radio. Un parte de los servicios secretos militares, disponible en los Archivos del Terror, sostuvo sobre aquel sonado despido: “Las causas que trascendieron en el local del MLN-T fueron la constante pluralidad con que se manejó Edmundo Canalda al frente de CX 44, habiéndose invitado a más personalidades de derecha que de izquierda en la pasada campaña electoral, haciéndose énfasis en las diez invitaciones a Pablo Millor”.

Canalda dejó entonces el MLN-T. En su carta de renuncia, publicada años después por Garcé en su libro, marcó su discrepancia con “quienes creen que la tarea de la gente es escuchar y leer a los iluminados”.

Tanto Mate Amargo como radio Panamericana declinaron rápidamente y pronto cayeron en el sectarismo y la irrelevancia.

Canalda, mientras tanto, fundó el semanario 20/21, de vida breve, aunque muy recordada. Allí también mostró su vocación antidogmática y pluralista. La publicación tenía una junta consultiva que integraban, entre otros, Hugo Batalla, Mariano Arana, Matilde Rodríguez, Luis Hierro López, Carlos Maggi, Gastón Boero y Tomás Lowy.

El éxito económico, sin embargo, no lo acompañó. Las deudas que le dejó aquel emprendimiento lo llevaron a incursionar en la publicación de libros, y así nació la editorial Fin de Siglo, la gran obra en su vida. Allí encontró por fin el lugar donde poder canalizar esa vocación de afianzar la democracia mediante la información y el debate de ideas.

Canalda publicó allí a autores de todas las ideas, credos, orientaciones y profesiones. Fin de Siglo se transformó en un reducto de los libros de no ficción, los ensayos y el periodismo de investigación.

Edmundo lo hizo con buen olfato comercial, pero también con una pluralidad y una honestidad intelectual mayúsculas. Nunca dejó de publicar algo valioso, por no coincidir con sus propias ideas. A diferencia de muchos medios de prensa actuales –monocromáticos, previsibles, aburridos-, si uno repasara los anaqueles de los libros publicados por Fin de Siglo sería imposible descifrar qué ideología guiaba a Canalda. Salvo está, la defensa de la libertad, la democracia, la creatividad.

Fin de Siglo fue y es también un ejemplo de decencia administrativa, porque en una política que lo distinguió de otras editoriales locales, siempre respetó a rajatabla el pago de los derechos de autor de los escritores. Hoy es algo más establecido. Pero cuando Canalda fundó la editorial no todos pagaban siempre a los autores.

De todo eso, puedo dar fe. Ya he contado como Canalda aceptó publicar Historias tupamaras, un libro que dio voz a extupamaros disidentes y silenciados por los voceros oficiales del MLN-T, Kimal Amir entre ellos. El editor que iba a publicarlo originalmente se asustó de las repercusiones que el libro podía tener ante un gobierno encabezado por el presidente Mujica. Recurrí a Canalda. Le expliqué el contenido del libro, que cuestionaba todos los postulados de la historia oficial tupamara. Canalda no coincidía totalmente con mis entrevistados, pero nunca dudó en publicar la obra.

Luego, durante la investigación que terminó por plasmarse en Milicos y tupas, fue escuchando los avances de mi trabajo con sorpresa, dando sus opiniones y puntos de vista, sin nunca pretender incidir en el resultado final del trabajo. Y cuando las críticas arrecieron, siempre se mantuvo firme en el respaldo a la obra.

Lo mismo, me consta, hizo con tantos otros autores, muchos de los cuales han hecho público su agradecimiento en las últimas horas.

Todo eso Canalda lo construyó desde un modesto segundo plano, lejos de los reflectores, sin llamar la atención y sin bajar línea.

En una columna en el semanario Voces, José Luis Baumgartner, otro de los excelentes autores que publicó, extupamaro como él, escribió sobre Edmundo:

“Divulga lo ajeno pero él, como protagonista, no asoma cabeza. Estimula, promueve debate, da a conocer, consulta públicamente a inquietos y sabiosos -con una reserva parienta de lo clandestino-. (…) Vivió el pasado, jugándose el pellejo. Empeñó su existencia pero se emancipó de las amarras. Intimó con bibliotecas y borradores. Oyó multitud de campanas. Editó a raudales, abriendo puertas ilimitadamente al debate de ideas y ocurrencias de nuestro pasado reciente. Lanzó al aire todas las voces –de otros”.

Tal cual.

Baumgartner le reclamaba que se pronunciara, que sumara su propia voz a todas las que ya había publicado.

No era necesario.

La obra de Edmundo Canalda hablaba por él.

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Edmundo Canalda Fin de Siglo

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