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26 de noviembre 2024 - 14:16hs

A pocas horas del resultado del balotaje comienzan los (intentos) de explicaciones y la búsqueda de razones -que en realidad siempre es la caza de un culpable- acerca de la derrota. Los blancos solemos ser impiadosos -y generalmente injustos, por simplistas- en esa adjudicación de responsabilidades. Así comienza el urdido de elucubraciones sobre qué se debió hacer y qué no se debió hacer. Solo un par de coordenadas para esa autocrítica cuando se dé: nunca la culpa podrá ser ni del votante ni del militante, motor del Partido.

En el entendido que esta Coalición hizo un gran Gobierno, con un gran líder como lo es el presidente Luis Lacalle Pou y que ha tenido como candidato a un excelente exponente como lo fue Álvaro Delgado, cuesta entender el resultado. Por lo antes mencionado, creo que los procesos de autocrítica deben ser sinceros, rápidos y concluyentes, y también que deben darse dentro del Partido.

El Partido tiene su soberanía interna y allí deben dirimirse los diagnósticos y conclusiones. Recién luego deberá trascender el resultado de ese proceso. Porque autocrítica no es autofagia ni flagelación pública. Por esa razón estás líneas no apuntan a una autocrítica que, si bien reitero, es necesaria, no lo es tanto como la generación de respuestas para el accionar futuro del Partido tanto para el tiempo de oposición como cuando se encuentre en nueva posición de gobierno.

Hay acciones comunes tanto en oposición como en gobierno. La primera es marcar la diferencia. Hace falta una constante pedagogía de la diferencia de proyectos entre quien gobierna y quien no lo hace. Esa es la batalla cultural que tanto se requiere. En cada medida nuestra colectividad debe marcar que hay una manera alternativa de hacer las cosas, que son impulsadas y explicadas por el origen de valores también distintos. Explicar, explicar y explicar. ¿Se trata con eso de formar una grieta? No, pero sin esa diferenciación sucede que llegamos a instancias donde se presentan (interesadamente) a los proyectos como similares, reduciendo las diferencias a atributos personales o eventos de gestión, como si nacionalizar o no nacionalizar fueran opciones que cualquier gestor del mundo tenga sobre su mesa de trabajo. No. Eso es ideológico, no de gestión. Sin esa lucha cultural seguimos dando como válidas discusiones y opciones que el mundo ya no da desde 1989 con la caída del Muro de Berlín (que no se cayó, lo tiraron, y todos se fueron para el mismo lado). Entiendo por tanto la batalla cultural como la pedagogía del político sobre su proyecto. Hay que plantear sin miedo que tenemos una forma distinta de entender el mundo, que tenemos derecho a plantearla y a llevarla a cabo toda vez que recibamos el apoyo popular. Y que las mayorías legitiman el derecho a gobernar, pero no aleccionan el pensamiento. No hay ideas correctas o incorrectas por apoyo popular, no se plebiscitan las ideas, se plebiscita el derecho de unas u otras a que gobiernen.

Un segundo punto es sobre el gradualismo a la hora de gobernar. Esta es la crítica que le hicieron a Macri en su momento: una supuesta tibieza a la hora de emprender reformas de fondo. Esa crítica no es admisible a este Gobierno. Si ha habido un gobierno comprometido y corajudo con las reformas estructurales ha sido este. Quizás no todas las que se quisieron o debieron, pero se hicieron reformas profundas en áreas sensibles: educación, seguridad social, infraestructura, la arquitectura fiscal y en capacidades productivas. Sin duda faltaron otras, pero los cambios estructurales se hicieron, incluso “chocando” con el PIT-CNT, brazo sindical de la oposición.

¿Qué pasó entonces? ¿Por qué se perdió? No voy a incurrir en contradicción planteando lo que faltó, pero si diré lo que, a mi entender, debe hacerse en la próxima oportunidad de gobierno. Debe existir mayor conexión con el territorio y con los líderes locales, propios y ajenos. Sucede que hay veces que el dirigente local no tiene el acceso necesario al gobierno central y queda sin posibilidad de dar respuesta a su comunidad, respuesta que muchas veces es tan solo el acceso a un dato. Eso desmotiva y deslegitima al referente local. Y allí donde no hay referentes propios hay que asociarse con las organizaciones barriales ya existentes, al solo efecto de dar respuestas y tener el diagnóstico de la zona. Luego surgirá naturalmente un referente local afín.

Esa mecánica de trabajo es la que se necesita, por ejemplo, en Montevideo y Canelones (aunque es extrapolable al país). La cercanía, el lazo humano, es intransferible. Pero así como el referente local necesita del dirigente nacional, este precisa de aquel por su cercanía con el barrio. No solo suministrando datos, sino poniendo la cara. El escritorio es necesario, pero no suficiente. Porque sin territorio los papeles del escritorio no reflejan la realidad. Es imposible empatizar y comprender una necesidad sin conocer. La diferencia entre el gobernante y el burócrata es esa. El gobernante tiene que conmoverse con lo que hace, y solo se conmueve quien ve y siente. Por eso hay que estar en territorio junto a la dirigencia local y en las comunidades. Y solo allí se verá la trascendencia de las cosas simples que son muchas veces las definitorias del voto.

Otra cuestión fundamental en la gestión de gobierno u oposición es evitar los discursos generalistas que colecciona intereses particulares, muchas veces contrapuestos y contradictorios. En el discurso político debe haber ganadores y perdedores. No se pueden cumplir las expectativas de todos, entre otras cosas porque algunos no lo necesitan y otras tantas porque son injustas frente al bien mayor a cultivar que es el bien común. Es cierto que la colección de intereses particulares puede resultar beneficiosos electoralmente, pero eso es pan para hoy y hambre para muchas semanas, porque es falso que se puedan cumplir todas las expectativas.

Por tanto, no considero que haya habido un error de gradualismo en la acción de este gobierno que merezca la tacha de nadie.

Cierro con lo del principio: la lucha cultural entendida no como enfrentamiento sino como contraste argumentativo, sin caer en las concesiones del “correctismo político” actual que hace que algunos sientan culpa por no ser frenteamplistas. No se puede hacer política sin el convencimiento que el simbolismo ideológico de la bandera que uno defiende es el más justa. Por tanto, la imprescindible lucha cultural empieza en casa.

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