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23 de diciembre 2024 - 13:11hs

El precio de una taza de café espresso no para de subir: en Roma, vuela por sobre los €1.50. En Milán, €2 es el mínimo. A los londinenses no les sorprende más pagarlo más de £3.50. En Uruguay, nunca cuesta menos de $150.

Estas alzas representan una oferta que se acomoda a los valores del comercio global del café: el precio de la tonelada de granos de café arábica, que se tuestan y se muelen para hacer el café de calidad, ha subido un 80% en lo que va del año, mientras que la tonelada de robusta, que se usa para el café instantáneo, se ha duplicado en el mismo periodo, según The Guardian.

Esto se debe en gran parte al mal clima que han padecido los productores en Brasil y en Vietnam, los dos mayores exportadores de granos de café del mundo.

Los ataques por parte de los rebeldes Houthi, de Yemen, a los cargueros que surcan el Mar Rojo han cerrado esa ruta clave hacia Suez y al Mediterráneo, y por lo tanto hacia los mercados de Europa, agregando costos de traslado enormes a los productores del Índico y del Pacífico.

La inflación global durante y después de la pandemia del Covid también elevó los costos en términos de electricidad y productos asociados a la venta del café a los retailers, subas que debieron incorporar al precio de sus bebidas.

Sin embargo, más allá de la volatilidad del precio del commodity en sí, un problema central al precio de un café es lo poco de ese dinero, sea cual sea, que llega a manos de sus productores.

Según un reporte de Oxfam, una charity británica, solo el 10% del valor del mercado global del café se queda en los países que lo producen, en su mayoría en manos de los brokers locales, y no en las de los pequeños productores. En algunos de ellos, como en Ruanda, Uganda, Burundi, y Etiopía, la economía local depende casi enteramente de las migajas de este comercio.

En los últimos años, cada vez aparecen más proyectos de certificación que buscan dotar de dignidad y sustento genuino a las cadenas de valor que se nutren del sudor y las penurias de las 125 millones de personas que trabajan en la producción del grano a nivel global, quienes en su mayoría viven en la pobreza.

Esta injusticia, junto con aquellas aún más terribles que fueron intrínsecas a la globalización del comercio de los granos de coffea, la planta de la cual se producen los granos, son el verdadero precio que hemos pagado y seguimos pagando por cada taza de café.

Albores noctívagos

Suena hilarante decir que le debemos una de las prácticas más cotidianas de la contemporaneidad a las remotas ambiciones espirituales de un grupo de teólogos noctívagos.

Pero es así. Fueron los sufis, un conglomerado de órdenes místicas dentro del Islam que buscaban llegar a la purificación del alma, a menudo a través de rituales nocturnos, quienes recurrieron por vez primera al molido de los granos tostados del la coffea etíope llegados a Yemen a través del puerto de al-Mokha durante el siglo XV para aspirar al ihsan - el estado de perfección espiritual bajo el cual la fe en Dios se torna irrefutable - hasta las altas horas de la madrugada.

Inicialmente cuestionado por los juristas islámicos, el café pasó a ser un notable sustituto para las bebidas alcohólicas en la península arábiga, bebidas que habían sido terminantemente prohibidas por la ley islámica.

El café se arraigó poco a poco como un pilar fundamental de la cultura global desde que las técnicas de tostado y molido pasaron de manos de los árabes a los turcos otomanos, que por esos tiempos dominaban casi la totalidad del Medio Oriente moderno.

Las primeras qahveh khanehs, los salones de café donde hombres de letras se juntaban debatir y a jugar al ajedrez o al backgammon, abrieron en Mecca en el siglo XV y llegaron a Constantinopla - capital del Imperio, hoy Estambul - en el siglo XVI.

El mundo cristiano le abrió sus puertas al café cuando, luego de probarlo por sí mismo, el Papa Clemente VIII, gran denodado, lo declaró una bebida compatible con la cristianidad en el año 1600; bebida hasta entonces proscrita al ser percibida como una costumbre de turcos. Por más o menos un siglo, sin embargo, los turcos monopolizaron el comercio de los granos de café, si bien no la costumbre de tomarlo.

Desde ese entonces, el café se estableció en Europa por manos de los venecianos, grandes comerciantes con un Este por lo general foráneo a los demás europeos, siendo Venecia la primera ciudad europea en abrir una cafetería en el año 1647.

Les siguieron muchas más, desde Italia hasta Inglaterra y sus colonias de ultramar en Norteamérica, muchas veces manteniendo una conexión levantina o arábiga. Existe hasta el día de hoy, por ejemplo, una cafetería en Queen’s Lane, Oxford, que fue abierta por un judío levantino, venido de Siria, en 1654.

El café como commodity colonial

A partir del siglo XVIII, la historia del café es inseparable de aquella del colonialismo. Es una historia de dos extremos, de un lujo y un grado de civilización, por un lado, sostenidos por el trabajo forzado y la esclavitud, por otro.

Fueron los holandeses quienes contrabandearon semillas de coffea desde Yemen para llevarlas a ultramar, estableciendo producciones en sus colonias de Ceilán y Java, en Indonesia.

El café al día de hoy

Más allá de todas sus ricas aristas, la producción del café sigue estando cargada de inequidades e injusticias, un estado de las cosas que ha sido el factor que define su historia como commodity global.

El precio que pagamos por el café no es aquel nominal que sube y baja atrás de los mostradores o en las góndolas, y haríamos bien de recordarlo.

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