Hoy se tuvo el primer encuentro bilateral entre Marco Rubio, neófito Secretario de Estado de los Estados Unidos, y Sergei Lavrov, veterano ministro de Relaciones Exteriores ruso, para discutir un posible acuerdo de paz que ponga fin a tres años de guerra en Ucrania luego de la invasión rusa de febrero de 2022.
Al coloquio entre Rubio y Lavrov - ideado por Donald Trump - que se dio en Riad, la capital de Arabia Saudita, no fueron invitados dos actores clave al conflicto.
Uno es Ucrania misma. Los esfuerzos del presidente ucraniano Volodimir Zeleski de demostrar tanto las fortalezas militares de Ucrania en el campo de batalla como su compromiso de poner a disposición sus vastas reservas de recursos naturales en manos de los americanos como ficha de cambio por las exportaciones de armas estadounidenses a su país parecen haber sido en vano.
El otro es Europa. Ni la Unión Europea (UE) ni ninguna de las principales potencias europeas fue consultada por los equipos de Trump acerca de su postura frente a un posible cese al fuego.
Trump demostró ya en su primera Presidencia su tendencia a hacer de lado a los aliados de su país en su afán por cultivar su imagen de negociador, independientemente de los resultados concretos obtenidos a través de dichas negociaciones.
Cuando la guerra se encamina al fin de su tercer invierno, Vladimir Putin, el presidente ruso, se encuentra en una posición mucho más grata de la que se auguraba tan solo unos meses atrás.
No solo fue rescatado del ostracismo diplomático en el cual los sumió el occidente bajo el liderazgo de Biden por la misiva de Trump, sino que consiguió por medio de una llamada telefónica de una hora con el presidente americano lo que sus diezmados ejércitos no lograron conseguir en el campo de batalla en años: correr a Kiev y a Bruselas del marco de negociación.
El vértice de París
En anticipación al encuentro de Riad, ayer (lunes), entre pompa y fanfarria, un selecto grupo de líderes europeos llegaron al Palacio Elíseo, la sede de la Presidencia Francesa, para discutir el rol de Europa ante el desarrollo de este posible cese al fuego de la guerra en Ucrania.
Por un lado, el presidente francés Emanuel Macron y el primer ministro británico Keir Starmer promueven el envío de tropas europeas a garantizar la paz en un escenario posbélico, lo que en la jerga se conoce como una misión de peacekeeping, donde tropas de terceros se interponen de manera permanente en la frontera que separa a los ex beligerantes para impedir un retorno a las hostilidades.
Ambos difieren en sus motivaciones.
En el Reino Unido se habla hace tiempo de la posibilidad de enviar decenas de miles de soldados para dicha misión, un empeño que insumiría la mayor parte de los recursos humanos y logísticos del ejército británico.
A los ojos de los principales partidos políticos del país y de una mayoría de la opinión pública, el Dombás ucraniano es “la primera línea” de un conflicto más grande contra el imperialismo ruso: el país de Churchill recuerda con vergüenza los intentos de sus líderes de apaciguar a Hitler en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando, según el consenso historiográfico, las concesiones por parte del Imperio Británico a la Alemania Nazista solo abrieron el apetito del Führer a futuros diseños expansionistas. En esta lógica, la Ucrania de hoy es la Checoslovaquia de ayer.
En Francia, la principal potencia militar en la UE, se espera que proponer seriamente una eventual misión de peacekeeping europea sirva para hacer entrar a Europa a las negociaciones en el previo acuerdo de paz - si nosotros nos hacemos cargo del después, escúchenos antes.
No solo eso. Macron tiene una doble espina en su récord de política exterior, que busca remover con este proyecto. Liberado de los pormenores de la política doméstica que plagaron su agenda los últimos meses, el presidente francés ve la oportunidad de revivir su sueño de reemplazar a la OTAN con un ejército Europeo, para el cual una misión de peacekeeping sería una suerte de boceto, y dentro del cual Francia podría recobrar algo de su prestigio marcial luego de años en los que su capacidad de proyectar poder más allá de sus confines se ha visto severamente golpeada, en especial en la francafrique, como ya narramos en esta columna.
Por otro lado, los demás líderes invitados al vértice de Paris consideran inoportuna la propuesta francobritanica.
Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, se preguntó no sin cinismo porque el presidente francés no había llamado a una reunión extraordinaria del Consejo Europeo en Bruselas, donde hubieran sido partícipes todos los miembros de la UE, en lugar de jugar al anfitrión en la opulencia del Elíseo. ¿Y por qué no tener dicho encuentro la semana siguiente, una vez que Alemania haya elegido a su nuevo canciller? Olaf Scholz, el Canciller saliente, es en términos políticos un muerto viviente.
Dinamarca, que tiene su propio frente diplomático abierto con el expansionismo de Trump por Groenlandia, considera que es muy temprano para hablar del envío de tropas.
Polonia, por su parte, está directamente en contra. En una posición que probablemente comparten con los países del báltico, bizarramente excluidos de la reunión de París, los polacos entienden que sus tropas son necesarias en casa: todos tienen largas fronteras con Rusia, y hace décadas destinan muchos más recursos que la media europea a defenderlas contra posibles incursiones rusas.
La falta de un comunicado en conjunto luego del vértice de París deja en claro la profundidad de estas discrepancias: es raro que una reunión de estas características concluya sin al menos una declaración de intenciones generales por parte de sus partícipes.
En Riad, dichas declaraciones sí fueron dadas: la paz deberá ser aceptable a ambas partes. ¿Cuáles partes? Mientras los Europeos se sumen en el desacuerdo, Rusia y Estados Unidos coinciden: ni Ucrania ni Europa son interlocutores válidos en esta negociación.