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21 de marzo 2025 - 5:10hs

Si bien todas las declaraciones e iniciativas de Donald Trump desde el momento de asunción han causado conmoción, creo que ninguna ha sido tan dramática como la de su proyecto (casi inverosímil) de una “limpieza étnica de lujo” en Gaza. La Franja se convertiría en una Riviera, una suerte de Punta del Este para los americanos.

La inmoralidad de la propuesta fue definida como un crimen de guerra en marcha. Pero una interpretación sin histerismos va en línea con sus múltiples iniciativas inverosímiles que no pueden ser interpretadas más que como un puntapié inicial para mover el tablero y movilizar a actores políticos a actuar. En el caso del Medio Oriente sería obligar a países como Egipto, Jordania, Qatar, y Arabia Saudita (todos dependientes de Estados Unidos) a movilizarse para la reconstrucción de Gaza.

Al mejor estilo de la “lógica-ilógica” de Trump, en total contraste con su visión anterior, la administración americana decidió negociar directamente con Hamás. Hasta sorprendió a Israel. Y lo que queda preguntarnos es: ¿en qué consiste ese posible diálogo más próximo a una imposición?

La imposición de Trump está basada en una amenaza que no da lugar a dobles entendidos: “Liberen a los rehenes o este será el fin de Hamás y de la población de Gaza”. Pero Trump agrega un segundo tono: un “gran y feliz futuro les espera a la población de Gaza” si se liberan a los rehenes (y aunque no se dice explícitamente), queda claro que la exigencia a Hamás será el desarme.

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¿Qué significa un futuro brillante y feliz en Gaza?

El fin del juego de Trump es invitar a los gazaties (más bien del Hamás) a que tengan un futuro feliz fuera de Gaza. Pero una segunda lectura puede llevaron a una visión todavía más humillante y que, a la vez, problematiza a Israel: quedarse en Gaza y administrar su propia derrota.

Significaría transformarse de movimiento de resistencia, en donde el morir como mártir es su ADN, a ser una administración de propiedades e inversiones en la nueva Gaza que se reconstruirá con los dólares de Qatar, Dubai y Arabia Saudita.

La “lógica-ilógica” trumpeana llevaría al Hamás a un golpe mortal a su prestigio como movimiento de resistencia, haciéndolo quedar como una especie de colaboracionista de Israel.

Tamaña transformación del ADN de Hamás pone en guardia a Israel. Implicaría una retirada táctica de la guerra, hecho inaceptable para Netanyahu, quien confía en que los instintos de resistencia de Hamás prevalezcan para conducirlo a su fin militar y político. Es algo plausible: todas las fichas estratégicas coinciden a favor de Israel.

La caída de Hizbolá en el Líbano, la derrota de Siria y el debilitamiento patético de Irán dejan a un Hamás sin ninguna cobertura del frente de resistencia. Su único seguro de vida, que sin ninguna duda es el más importante de todas sus cartas, es la retención de los rehenes israelíes. Y la gran pregunta que destruye el corazón de los israelíes es si Natanyahu sacrificaría a los rehenes a fin de derrotar totalmente a Hamás.

Todo indica que el instituto básico del primer ministro israelí es continuar la guerra. Lo único que parece contener ese instinto es la propuesta “lógica ilógica” de Trump. Es una postura con la que el propio Netanyahu parecía sentirse cómodo antes del 7 de octubre de 2023. Pero no desde entonces. Aquel fatídico día acabó con la idea del “enemigo manejable”.

No es que Natanyahu ni el aparato militar de Israel considerasen que Hamás aceptaría dialogar sobre paz con Israel. A la inversa, la concepción de Natanyahu era que Hamás era un enemigo útil, que no tenía la capacidad militar de afectar a Israel al tiempo que bloqueaba al actor legitimo que era la Autoridad Palestina.

Este error conceptual de considerar a Hamás con capacidades pragmáticas, fue acompañado por políticas aperturistas muy claras hacia Gaza. Es cierto que Gaza sufría un bloqueo de Egipto y de Israel. Pero también es cierto que dicho bloqueo no impedía la entrada masiva de billones de dólares de Qatar, al tiempo que Israel abría sus puertas a miles de gazatíes que llegaban a trabajar a Israel cada mañana.

Toda la argumentación banal sobre la “Gaza muerta de hambre”, previo al 7 de octubre es sencillamente falsa.

Pero aquí entra el dilema de la resistencia que no entendió Natanyahu. Él pensaba que, con el dinero, Gaza se convertiría en un centro de prosperidad que haría caer todo bloqueo. Pero no comprendió el desvío de ese dinero para construir un campo de terror con túneles subterráneos tan profundos y largos como el “subway” de Manhattan. Se instaló un mini país terrorista con la meta explicita de hacer lo que hicieron el 7 de octubre: una masacre.

La ideología yihadista, que no pone atención en los precios que se tengan que pagar en vidas palestinas, sumado a las teorías de la violencia contra el colonialismo elaborada por Frantz Fanon durante la guerra en Argelia, llevaron a que Hamás hiciera un cálculo: el daño al colonizador debía ser tan irreparable que lo lleve a considerar el abandono de su proyecto colonizador.

Solo que esa tesis acusa de dos defectos conceptuales cardinales que no solo hacen sufrir a los palestinos, sino que frustran a sus partidarios en occidente. A pesar de que el sionismo fue y es colonizador, al mismo tiempo representa un pueblo originario. Sionistas consideran con justa razón que no son ajenos a la tierra de Zión. Diferente a los británicos en América, o los franceses en Argelia, no hay aquí una metrópoli a la cual retornar. La estrategia de la resistencia anti colonialista se podría concebir en cierta forma si esta se hubiese limitado a la lucha contra la colonización judía en Judea y Samaria. Pero la resistencia palestina es más que eso: es una resistencia a la mera existencia del Estado judío.

Y he aquí el problema insalvable para los palestinos y la frustración para sus idiotas útiles en América y Europa. Para los judíos israelitas no hay ni la mínima flexibilidad en cuanto a la defensa del Estado judío. Como decía Adam Kirsch: lo que no entendieron los palestinos, es que los judíos israelíes van a luchar por el estado sionista no como los franceses en Argelia o los americanos en Vietnam, sino como el FLN argelino y el Vietcong mismo. Y ello con una ventaja a su favor elemental, que es el considerable poder militar convencional superior al de sus enemigos, y la determinación a utilizar ese poder mismo en forma desproporcional, como sucedió desde el 7 de octubre.

¿La guerra tiene un ganador?

El triunfo táctico de Israel fue incuestionable, pero la pregunta es si el triunfo militar necesariamente se transforma en triunfo estratégico. Otra vez empieza el problema con el supuesto plan de Trump, que en definitiva puede ser interpretado como un intento indirecto de salvar a Hamás.

Paradójicamente, y dado al hecho que Israel no puede oponerse frontalmente a Trump como lo hizo con Biden, la carta que le queda a Natanyahu es confiar en que triunfe la “racionalidad de lo irracional” de Hamás.

Lo que alienta esa perspectiva es la opinión pública en Gaza. En la investigación realizada por Scott Atran de Artis International y Oxford University y de Ángel Gómez de la Universidad de Madrid (“¿Qué quieren los gazaties?)“ la conclusiones son claras. A pesar de que la popularidad de Hamás ha bajado, la gente de Gaza está aún más radicalizada. Exigen que no haya ningún compromiso con el Estado sionista y piden resistencia hasta el final.

No hay algo que le dé más esperanza a Natanyahu que ese prospecto. Es lo que sucedió en la historia de la “no resolución” del conflicto entre palestinos e israelíes: los Israelíes, aunque de mala gana, aceptaron un país palestino, y los palestinos, de buena gana, lo rechazaron. Pasó en el plan de partición de 1947, en los acuerdos de Camp David y Taba, en las propuestas de Olmert.

Arafat ya se lo había dicho a Bill Clinton: “Lo siento. Los palestinos no pueden aceptar la existencia de un Estado judío”. Fin del debate.

La resistencia a la existencia de Israel es su razón de ser.

Hamás logra con su acción irresponsable para los ojos racionales, pero muy entendible para el yihadismo y para los imbéciles útiles post-colonialistas occidentales, mantener el fuego de la resistencia. El resultado de tremenda estupidez es claro: más sufrimiento para los palestinos, el desmantelamiento del frente de resistencia y el fortalecimiento del nacionalismo israelí a pesar del sufrimiento incalculable que produjo el 7 de octubre.

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