“El prohombre y el gusano danzan y se dan la mano”, cantaba Joan Manuel Serrat aludiendo a la noche de San Juan, aunque bien podría aplicarse al carnaval oriental, la celebración que ha entusiasmado a millones de uruguayos y que, a lo largo de un mes, desata un sano descontrol donde “la alegría en el alma sana se cría… y quienes con cantos y risa muestran su alegría ”.
El carnaval es la herencia pagana pasada por el tamiz del cristianismo, derivada de celebraciones romanas como La Saturnales, las Lupercales y las Bacanales en honor a Dionisio, donde era común esta desenfrenada y anónima confraternidad. En las bacanales dionisiacas, los romanos solían honrar al Rey Momo, el monarca del sarcasmo, lo que les permitía hacer todo tipo de bromas pesadas y comentarios irreverentes.
Hay quien sostiene que el origen del carnaval es aún más antiguo y se remonta al antiguo Egipto, con sus celebraciones en honor al toro Apis.
El origen etimológico de la palabra “carnaval” no es menos controvertido. Por un lado, tiene connotaciones religiosas, ya que se originaría en carnem levare, expresión que alude a la abstinencia propia del inicio de la Cuaresma. Para otros, su etimología proviene de carrus navalis, en referencia a la botadura de naves en honor a la diosa egipcia Isis. Por último, hay quienes le atribuyen un origen hindú, invocando a la diosa Kamadeva, deidad del amor mencionada en el Kamasutra, lo que le confiere a estas fiestas un matiz erótico (que, sin duda, lo tiene).
El anonimato, el erotismo y el sarcasmos convirtieron lo que originalmente era una celebración religiosa en un evento proclive a excesos y desenfreno, que con el tiempo adquirió una connotación de desahogo social en medio de una algarabía que promueve una crítica política tolerada por la censura.
Volviendo a la canción de Serrat, cada tanto se concede que “por una noche... cada uno es cada cual…”
¿Cuándo nace el carnaval oriental?
Si bien la costumbre de celebrar el carnaval llegó con los conquistadores, en Montevideo se hizo difícil manifestar esta algarabía debido a los prolongados sitios que sufrió “la Troya del Plata”.
Es posible que en 1860, cuando construyeron las dos fuentes llamadas “Pozo del Rey” y “Las Guerrillas de Fuego”, se difundieran las primeras prácticas carnavalescas, como la de empapar a los vecinos.
En 1872 se organizó una actuación de comparsas en el Teatro Solís, momento en que las autoridades tomaron la responsabilidad de organizar los festejos, que se concretaron en el primer concurso oficial de carruajes alegóricos en la Plaza Matriz, el 16 de febrero de 1874.
En la oportunidad, desfilaron treinta y cinco comparsas ante una nutrida concurrencia. Así fue como surgieron las primeras murgas, que entonces se llamaban “mascaradas”.
En 1909 llegó a Montevideo la llamada Murga Gaditana, oriunda de Cádiz y conducida por el actor Diego Muñoz, quien contaba con varios músicos y bailarines. En sus presentaciones se hacía alusión en tono burlón a acontecimientos nacionales y extranjeros, aunque su fuerte era hacer parodias y críticas políticas que, generalmente, no eran censuradas ni penadas para no empañar la alegría popular.
Este es un punto en común con otras ciudades, como Venecia, que hicieron un culto de tolerancia y liberalidad en las fiestas de carnaval. En La Serenísima, amparados por las máscaras que garantizaban el anonimato, convivían príncipes, monarcas, escritores, políticos y mendigos, disfrutando de esta impensada válvula de escape a los problemas cotidianos. Se liberaban tensiones y se permitía parodiar a las autoridades.
De hecho, Venecia fue una de las ciudades-estado que menos revueltas sociales sufrió, a diferencia de otros gobiernos con menos liberalidad.
¿Será esta descompresión la que ha permitido al Uruguay convertirse en una sociedad republicana que acepta la alternancia impuesta por el voto popular con naturalidad y sin grandes sobresaltos, más allá de la natural confrontación ideológica?
“Ninguna generalización es buena, ni aún la que estoy haciendo”, decía Voltaire, un conocedor sin igual de la naturaleza humana. Pero las generalizaciones permiten las abstracciones y estas, si bien no son la realidad, nos asisten a comprenderla.