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15 de enero 2025 - 5:00hs

En Brasil, la situación macroeconómica parecía desarrollarse al suave ritmo de la bossa nova.

El crecimiento económico había alcanzado un 4% en el tercer trimestre de 2024 con respecto al mismo período del año anterior. Los indicadores de avance utilizados por el Banco Central mostraban, a su vez, que ese crecimiento también se habría extendido al cuarto trimestre. Por su parte, la calificadora de riesgo Moody’s había dejado a la deuda pública a un escalón del grado inversor, basada precisamente en el buen desempeño de la economía.

Pero también había chirridos en la melodía.

Con el desempleo en niveles bajos y un fuerte crecimiento del consumo, las presiones inflacionarias se hicieron presente. Tras haberse reducido a niveles en torno al 3,7% anual a comienzos del segundo trimestre, la inflación volvió a acelerarse, terminando 2024 en 4,8%. Ello provocó la reacción del Banco Central, cuya tasa de referencia, que había bajado a 10,5% entre mayo y mediados de setiembre, volvió a subir a partir de la reunión del Comité de Política Monetaria de 18 de setiembre.

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Y ello encendió las alarmas.

Pese al optimismo de Moody’s y la opinión generalizada de que la deuda pública brasileña tiene bajo riesgo crediticio debido a que está mayormente denominada en moneda nacional y las reservas internacionales son más que suficientes para atender los compromisos del gobierno en moneda extranjera, lo cierto es que un banco central independiente con objetivos de inflación no puede convivir con un gobierno manirroto.

Los intereses tienen una elevada carga en las finanzas públicas brasileñas, precisamente porque buena parte de la deuda está denominada en moneda nacional con tasas vinculadas a la Selic, que es precisamente la que usa como referencia el Banco Central para su política monetaria. Entonces, si la autoridad monetaria aumenta la tasa de interés para combatir la inflación, el deterioro fiscal es inmediato.

Por ello, el cumplimiento de un régimen de objetivos de inflación le confiere potencialmente a la deuda pública una dinámica tan vulnerable como la que tendría una deuda dolarizada, si el gobierno no obtiene un superávit primario (esto es, un resultado fiscal positivo antes de deducir los cargos de intereses) lo suficientemente alto. ¿Brasil cumple con esa condición? Pues no, con lo que el nerviosismo se apoderó de los mercados (brasileños, al menos).

Es que el desempeño fiscal en los últimos tiempos ha estado distante de la disciplina. Tras lograr resultados primarios positivos del orden del 2,0 a 2,4% del PBI a mediados de 2022, las finanzas públicas brasileñas se han venido deteriorando sistemáticamente, llegando en 2024 a déficits primarios del orden del 2% del PBI y déficits totales de más del 9% del PBI, y creciendo.

Es que la combinación de un déficit antes de pagar intereses con una tasa de interés creciente sobre la deuda que se va acumulando, va generando un peso creciente del déficit fiscal y la deuda sobre el producto que no puede evitarse siquiera con el buen desempeño reciente de la actividad económica.

El mercado esperaba desde hacía tiempo una respuesta del gobierno a los problemas fiscales. Curiosamente, el silencio estaba acompañado de paciencia. Cuando el silencio se rompió y, en noviembre, el presidente Lula da Silva y su ministro de Hacienda, Fernando Haddad, anunciaron el ansiado paquete de medidas, éste resultó decepcionante y el infierno se desató sobre los mercados, particularmente el cambiario.

El real brasileño se depreció desde valores en torno a R$ 5,40 por dólar a fines de setiembre, a cotizaciones que rondaron los R$ 6,30 a mediados de diciembre. Todo ello pese a que el Banco Central aumentó repetidamente la tasa Selic hasta llegar a 12,25% en la reunión de diciembre y efectuó repetidas intervenciones en el mercado de cambios. De todos modos, esos esfuerzos lograron que, en los primeros días de enero, haya vuelto cierta calma chicha al mercado, con el real algo por debajo de los R$ 6,10 por dólar.

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La inestabilidad cambiaria y fiscal de Brasil constituye un foco de preocupación para la región y trae ecos de la convulsión desatada en el verano de 1999. Especialmente para la incipiente recuperación argentina, donde la preocupación por lograr un rápido descenso de la inflación no ha permitido que la pronunciada corrección fiscal indujera una mejora más significativa de la situación de reservas internacionales.

En el caso de Uruguay, con un sistema cambiario más flexible, la situación brasileña ha provocado una inusual devaluación del peso en un momento del año que, estacionalmente, suele ser de exceso de oferta de dólares. Pero en ambos casos, este escenario abre desafíos en materia de gestión monetaria y fiscal para el 2025 que se inicia.

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