Quién fue Boris Spassky, el fallecido campeón de ajedrez que perdió el "duelo del siglo" en plena Guerra Fría
El campeón ruso protagonizó uno de los duelos más icónicos del ajedrez frente al estadounidense Bobby Fischer.
1 de marzo 2025 - 9:06hs
Getty Images
Negras contra blancas. Estados Unidos contra la Unión Soviética. El año: 1972, en pleno apogeo de la Guerra Fría. La cita: Reikiavik, la capital de Islandia, un país neutral.
Pocas veces en la historia ha tenido un campeonato de ajedrez mayor simbolismo que el que enfrentó al ruso Boris Spassky contra el estadounidense Bobby Fischer en el encuentro que pasó a la posteridad como el "duelo del siglo".
Spassky, que perdió el título en ese campeonato, falleció el pasado jueves en Moscú a los 88 años.
El ajedrez es un juego que nos ha dado muchas metáforas para hablar de política o estrategia. Pero en el campeonado de 1972 la geopolítica se dio literalmente cita en las 64 casillas, convirtiendo a Fischer y a Spassky en meros peones de una partida que se jugaba entre Washington y Moscú.
Fischer ganó, y el nombre de Spassky, uno de los más grandes ajedrecistas de la historia e ídolo de maestros y campeones, quedó tristemente asociado a una derrota que traspasó las barreras del tablero.
Nacido en 1937 en Leningrado, fue, como casi todos los campeones de la historia, un niño prodigio del ajedrez.
Consiguió el título de Gran Maestro a los 18 años y debutó en el Torneo de Candidatos al año siguiente.
Venció a algunos de los grandes ajedrecistas soviéticos como Paul Keres, Efim Geller y Mijaíl Tal hasta lograr enfrentarse a Tigrán Petrosián en 1969, al que arrebató el título de campeón del mundo, que ostentó durante 3 años.
Spassky (izquierda) y Fischer se habían enfrentado antes, como en esta imagen de 1970, partidas en las que siempre había ganado el ruso.
El ajedrez era algo más que un juego o un deporte en la Unión Soviética, donde pasó a convertirse en una obsesión nacional que sus dirigentes utilizaban "como un escaparate de la pretendida superioridad intelectual del comunismo sobre el capitalismo", explica a BBC Mundo el periodista y experto en ajedrez Leontxo García.
El lugar destacado del juego en la idiosincrasia de la unión lo demostraban los números: de los 287 millones de habitantes que tenía la URSS por aquel entonces, 5 millones eran ajedrecistas federados y 50 millones practicaban el ajedrez de forma esporádica.
Peones de la geopolítica
Cuando en Estados Unidos surgió una figura como la de Bobby Fischer, un genio excéntrico y autodidacta, Washington no quiso perder la oportunidad de atacar a Moscú donde más le iba a doler.
Fischer ganó el Torneo de Candidatos en 1971, de donde sale el contrincante que reta al campeón que ostenta el título en ese momento, pero se negó a ir al duelo en Reikiavik porque consideraba que la bolsa de premios no era lo suficientemente atractiva.
Así que Henry Kissinger, que entonces era secretario de Estado de EE.UU., "llamó a Fischer y le dijo: 'le llamo de parte del presidente Nixon para pedirle como un favor patriótico que vaya usted a Islandia y gane a Spassky, porque para nosotros sería como meterle un torpedo en la línea de flotación de la propaganda comunista'", relata Leontxo García.
Kissinger tuvo que convencer, además, al multimillonario británico Jim Slater para que doblara la bolsa de premios, que alcanzó el récord histórico de US$250.000.
El campeonato estuvo marcado por los caprichos y excentricidades de Fischer, un jugador difícil e irascible, en contraste con la calma y los modales de Spassky, descrito por muchos como un caballero.
"Era la antítesis de la imagen tópica que todos teníamos de los ciudadanos soviéticos, tenía más bien el carácter y la forma de vestir y de comportarse de un aristócrata, un aristócrata comunista", describe Leontxo García.
Según el experto, que lo trató en varias ocasiones, Spassky era "sumamente amable, con un humor británico ácido pero elegante, y un estilo de juego universal".
El ajedrez era un juego tremendamente popular en la Unión Soviética, donde se fomentaba su estudio desde la infancia.
El simbolismo del duelo acaparó la atención internacional, con una enorme presencia de medios extranjeros.
Su retransmisión fue seguida por 50 millones de personas en todo el mundo, según la Federación Internacional de Ajedrez.
Las noticias de ese torneo aparecían, de hecho, en las portadas y lugares destacados en muchos periódicos del mundo por la simbología que tenían, cuenta García.
El torneo era a 24 partidas, que el ruso empezó ganando. En el segundo juego, Fischer decidió no presentarse mientras estuvieran las cámaras de televisión presentes en la sala, y perdió por incomparecencia.
Pero, a partir de la tercera partida, el americano cogió vuelo y acabó ganando el torneo por 12,5 a 8,5.
Spassky fue, poco a poco, siendo engullido por la mente y el estilo de Fischer, como lo relató The New York Times en una crónica tras el campeonato:
"Boris Spassky, el campeón del mundo de ajedrez, el jugador supuestamente sin nervios, el representante de la cultura soviética, el suave caballero adorado por todos los que entraban en contacto con él, el educado y civilizado defensor de las comodidades, siendo superado y psicológicamente aplastado por el salvaje estadounidense ávido de dinero, nyekulturnyi (incivilizado), grosero, desconsiderado y aplastador de egos".
Fischer se convirtió en un héroe del mundo occidental, mientras que Spassky fue recibido en Moscú como traidor.
No solo había perdido el duelo del siglo, sino que casi se mostró aliviado de no tener que acarrear el título de campeón del mundo y pelear en los torneos algo más que un juego mental.
"Él sufrió sobre sus hombros el peso enorme de lo que representaba el ajedrez en el país más grande del mundo", ralata Leontxo García.
Como sabía que lo iban a recibir como un traidor en Moscú, "antes de irse de Reikiavik se desahogó, ya que de vuelta no le iban a dejar", cuenta el experto.
En unas declaraciones reconoció que su vida sería "mejor después de este duelo", y que sintió que representar a su país por todo el mundo le había obligado a "hacer muchas cosas por el ajedrez, pero no para mí mismo como campeón del mundo".
Acosado por las autoridades
Cuando, pocos años después, se enamoró de una mujer francorrusa, Marina Stcherbatcheff, secretaria en la embajada francesa en Moscú, y quiso casarse con ella (tras dos divorcios), las autoridades soviéticas les pusieron todo tipo de trabas.
"Me siento como si estuviera jugando contra un contrincante al que no puedo ver", dijo en esas fechas Spassky, al que habían quitado la autorización para viajar al extranjero y al que las autoridades se negaban a dar una fecha para el casamiento con Marina.
Finalmente le permitieron abandonar la Unión Soviética y se trasladó a vivir a Francia, donde se convirtió en ciudadano francés.
Spassky pudo finalmente casarse con Marina Stcherbatcheff en Francia.
Allí vivió hasta 2012, donde protagonizó un episodio estrambótico que lo llevó de vuelta a Rusia.
Spassky sufrió en 2010 un infarto que lo dejó postrado en una silla de ruedas.
Según contó luego a la prensa rusa, su mujer lo tuvo en casa en una especie de "arresto domiciliario", desconectado del mundo exterior y sin teléfono ni internet.
Amigos suyos de la época cuentan, según Leontxo García, que en realidad estaba muy bien cuidado por su esposa.
Pero Spassky pidió a varios amigos rusos que lo sacaran a escondidas de la casa y lo llevaran inmediatamente a la embajada rusa, donde le otorgaron un pasaporte de un solo uso con el que huyó a Moscú.
El Gran Maestro siguió jugando, tanto en Francia como luego en Rusia.
Una amistad más allá del gran duelo
En 1992 aceptó la oferta de US$5 millones de un banco yugoslavo (que estaba dirigido por el magnate mafioso Yezdímir Vasílievich) para protagonizar la revancha del duelo del siglo contra Fischer, a condición de que se celebrara en Serbia y Montenegro, donde vivía Fischer.
La unión, conocida también como República Federal de Yugoslavia, se encontraba bajo sanciones de Naciones Unidas por librar una guerra contra Croacia y Bosnia Herzegovina.
Spassky no puso reparos y volvió a verse las caras con Bobby Fischer frente al tablero, aunque sin las presiones de 1972.
Spassky y Fischer volvieron a enfrentarse en 1992.
El resultado fue el mismo, Spassky perdió, pero durante el juego ambos demostraron que se habían convertido en algo más que rivales, unidos quizás por las tensiones de otra época.
Ya no eran peones de las grandes potencias, sino amantes de un juego con el que hicieron historia.
"Yo lo llamo el síndrome de Estocolmo, porque cualquier persona normal se hubiera sentido maltratada y ofendida por el trato de Fischer, pero él siempre profesó una admiración poco menos que ilimitada por su rival", explica el periodista español.
Se les vio reír y disfrutar antes y después de las partidas y, según Leontxo García, fueron amigos hasta la muerte del estadounidense, en 2008 en Reikiavik, a cuyo entierro asistió Spassky.
Una anécdota revela hasta qué punto ligó el "duelo del siglo" a estos dos hombres: durante el sepelio de Fischer, Spassky llegó a preguntar si la sepultura contigua estaba libre.
Quería reservarla para él mismo.
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